jueves, 22 de julio de 2021

"Siembra conmigo" El día más hermoso de mi vida.

 

“Siembra conmigo”.



Por: S.A. Domínguez

La semilla que Dios nos dio fue la de la propia vida que se da de una vez y para siempre; una vida que al saberse amada, perdonada y encontrada, hizo su propio proceso. Ciertamente, no fue algo apresurado, lleno de superficialidades y devenires, sino aquel, en donde el silencio y la fe adquirieron el sentido de lo sembrado como un “Siempre y como sea”. No sembramos semillas de ideales, en cambio, preferimos los planes; no sembramos con semillas de ilusiones vanas, por mucho certezas de un amor paciente que se gestaba en el silencio del “Sí”, sujeto al temporal y a las terribles tempestades y sequías que el porvenir nos presentaba ya desde entonces, un amor de tórtolos enamoradizos: intentar decidir cada día.

La semilla que Dios nos dio fue la del propio dolor; la de dos historias que se aprehendieron al sentido de lo inconcebible, lo imposible; la de los espinos y lo escabroso; de aquello que no está permitido, del desconocimiento y de los contrastes. Ciertamente, no fueron momentos de seguridad ni de ventajas, sino de incertidumbre y de dos voluntades puestas a prueba en medio de la obscuridad, de lo no claro: entregarlo todo, sin condición alguna.

La semilla que Dios nos dio fue la de la alegría de vivir; no en soledad, sino juntos, y no por una sola vida, sino para la eternidad; la del amor que se responde perdonando y en simple ternura de amar al otro tal como es. Ciertamente, cada amanecer juntos, piel con piel, en donde la respiración, y nuestra poca y esencial naturaleza humana se funden como una sola carne, nos exigen por siempre un “No” a lo que podría terminar por completo con el idilio construido desde hace ya más de un vasto tiempo: somos tan humanos como nuestras propias decisiones, tan humanos como nuestra propia fragilidad.

La semilla que Dios nos dio fue la de la fe que se vive y se comparte con los demás; una fe que sabe de realismo y del sacrificio diario sin ambajes, que se alegra con el que sonríe y que llora con el que ha perdido aquello que amaba. Ciertamente, tan grande don del Creador, no podría ser compartido sin antes no “verter la miel sobre la propia vasija”, y que las abejas tampoco harían su labor sin un fin mayor al de una simple y terrenal unión esponsal: mantenerse fieles así hasta el final, aunque duela, aunque haya dudas, aunque todo parece nublado, aunque hubiese otra historia por contarse.

 

La semilla que Dios nos dio fue la del amor verdadero; de aquel que se construye y se disfruta cada día…por eso siembra conmigo las semillas que Dios nos siga dando.

 

 


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