domingo, 8 de abril de 2018

“La fraternidad y verdad de ser hijos de Dios.”


“La fraternidad y verdad de ser hijos de Dios.”
Por: Sergio Domínguez C.

Todo parte de un presupuesto fundamental, que plantea una pregunta esencialmente radical en la vida de quienes viajamos en los caminos de la fe: ¿Se puede vivir sin amor?

Dicha pregunta nos lleva a pensar con franqueza la profundidad y los resultados de nuestra vivencia en tan compleja pregunta de afirmación, o quizá de una parcial negación. Sea como sea la respuesta, sabemos que no podemos dar una respuesta al aire. Deberá de ser sólida, o tímida, valiente pero no tanto que parezca soberbia. En fin, muchas opciones, pero, ¿Por qué este amor se debilita con miedos, bajezas, mentiras, murmuraciones, envidias o calumnias sin una razón en sí misma que la que proviene de eso que llamamos mal? Porque en la Pascua de Resurrección me siento tan falto de ese amor expresado a mis hermanos. ¿Son ellos o he sido yo quien ha permitido cultivar tanta frialdad?

Somos los seguidores de alguien que nos pide amar más de lo humano, incluso perdonando las ofensas más insignificantes que nuestros deudores nos han hecho. Es verdad, nos han anunciado que ha resucitado, pero ¡Qué complicada doctrina enseñas Rabbí! , más de alguna vez los escuchas del Maestro le habrán dicho- al menos pensado en la mente- con no poca inquietud.  También somos los seguidores de Uno con mucho carácter como para separar las cosas que son de Dios y las que son únicamente preceptos humanos. Pero, qué complicado parece volver a mis actividades cotidianas sin encontrar estos rasgos tan exclusivos de Dios y sus signos, tantos en esta semana llena de misterios, y ahora vuelvo a los ruidos, a las deudas económicas, a los desplaceres laborales; a ese santuario donde hay que vivir y no aparece el mismo Dios de los rituales, tan cuidados, poco comunes, y llenos de incienso que eleva a… no sé pero nos eleva a algo que parece ser divino.

Se puede vivir sin amor…sí, qué más da cuando mi más grande amor se lo he dejado a la rutina, o a mis ganas de resaltar sobre los demás por mis años de experiencia o conocimientos, aplastándoles jugando a una doble moral, donde al final el altar sigue siendo el testigo de mis bajezas y ofensas a mis hermanos porque algo no es como yo lo quiero; aún con mi ignorancia, qué más da si ese amor seguirá siendo como yo lo quiero, a mi manera y no a la de Él, ese Jesús, ese Padre tan castigador, ese Espíritu tan invisible que no lo siento, y que me pide eso…un amor incómodo para vivir.
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El amor para ser amor, precisará la cruz para ascender al monte de los santos y gratuitos de Dios, ya nos enseñó la semana anterior. La única indicación que tenemos es “Vayan a Galilea”, que ahí le veremos, lleno de gloria y de una fuerza sobrehumana incapaz de ser manifestada a sabios y poderosos, sino a los sin rostro, los pequeños del Reino.
De ahí nace una pregunta que cambiará para siempre nuestra cotidiana vida: ¿Se puede vivir sin amar como Jesús amó? La respuesta parece obvia para quien no cree, pero para los que hemos dejado lo que tenemos hasta este punto parece imposible volver hacia atrás; aún en el miedo y la incertidumbre, su Palabra nos llena de vida y esperanza. Palabra que suena a “espíritu y verdad”, y que sigue viva aún fuera del templo, fuera de los ritos de los ilustrados y religiosos del pueblo, iluminando las leyes y todas las enseñanzas de nuestros ancestros.

Se puede vivir sin amar como Jesús amó… ¡No! Ahora debo aprender a reconocer el valor de mis hermanos, las capacidades que tienen, los dones que tanto como yo, han dispuesto para seguir la misión de “Ir y enseñar a las naciones”. Ahora debo aprender a no murmurar y aprender a dialogar sobre las situaciones en las que no estoy de acuerdo con mis hermanos buscando siempre los puntos en común que nos hagan perseverar en la unión como comunidad, nunca la división. Ahora es tiempo, de que aprenda a callar cuando debo, y hablar cuando tenga que hacerlo con la serenidad del Espíritu y con la firmeza de quien “tiene autoridad” porque se le ha dado para servir, no para servirse de los demás. Ahora es tiempo que mi humildad sea tan evidente como la de los lirios del campo y tan virtuosa como la capacidad de producir miel como las abejas. Ahora es tiempo, de que mi encuentro con Dios no se reduzca a mi humanidad y se extienda hacia los pequeños y ordinarios detalles, como aquel de poder estar con mis hermanos de comunidad compartiendo algo que llena y que da sentido a toda la existencia: La fraternidad y verdad de ser hijos de Dios.

Ahora es el tiempo de amar con el mismo corazón de Jesús lo que nos queda de vida y lo que hay en ella. Amar lo que él quiera manifestarnos en Galilea y más allá....

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