“La
fraternidad y verdad de ser hijos de Dios.”
Por:
Sergio Domínguez C.
Todo parte de un presupuesto
fundamental, que plantea una pregunta esencialmente radical en la vida de
quienes viajamos en los caminos de la fe: ¿Se puede vivir sin amor?
Dicha pregunta nos lleva a pensar
con franqueza la profundidad y los resultados de nuestra vivencia en tan
compleja pregunta de afirmación, o quizá de una parcial negación. Sea como sea
la respuesta, sabemos que no podemos dar una respuesta al aire. Deberá de ser
sólida, o tímida, valiente pero no tanto que parezca soberbia. En fin, muchas
opciones, pero, ¿Por qué este amor se debilita con miedos, bajezas, mentiras,
murmuraciones, envidias o calumnias sin una razón en sí misma que la que
proviene de eso que llamamos mal? Porque en la Pascua de Resurrección me siento
tan falto de ese amor expresado a mis hermanos. ¿Son ellos o he sido yo quien
ha permitido cultivar tanta frialdad?
Somos los seguidores de alguien que
nos pide amar más de lo humano, incluso perdonando las ofensas más
insignificantes que nuestros deudores nos han hecho. Es verdad, nos han
anunciado que ha resucitado, pero ¡Qué complicada doctrina enseñas Rabbí! , más
de alguna vez los escuchas del Maestro le habrán dicho- al menos pensado en la
mente- con no poca inquietud. También somos
los seguidores de Uno con mucho carácter como para separar las cosas que son de
Dios y las que son únicamente preceptos humanos. Pero, qué complicado parece
volver a mis actividades cotidianas sin encontrar estos rasgos tan exclusivos
de Dios y sus signos, tantos en esta semana llena de misterios, y ahora vuelvo
a los ruidos, a las deudas económicas, a los desplaceres laborales; a ese
santuario donde hay que vivir y no aparece el mismo Dios de los rituales, tan
cuidados, poco comunes, y llenos de incienso que eleva a… no sé pero nos eleva
a algo que parece ser divino.
Se puede vivir sin amor…sí, qué más
da cuando mi más grande amor se lo he dejado a la rutina, o a mis ganas de
resaltar sobre los demás por mis años de experiencia o conocimientos,
aplastándoles jugando a una doble moral, donde al final el altar sigue siendo
el testigo de mis bajezas y ofensas a mis hermanos porque algo no es como yo lo
quiero; aún con mi ignorancia, qué más da si ese amor seguirá siendo como yo lo
quiero, a mi manera y no a la de Él, ese Jesús, ese Padre tan castigador, ese
Espíritu tan invisible que no lo siento, y que me pide eso…un amor incómodo
para vivir.
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El amor para ser amor, precisará la
cruz para ascender al monte de los santos y gratuitos de Dios, ya nos enseñó la
semana anterior. La única indicación que tenemos es “Vayan a Galilea”, que ahí
le veremos, lleno de gloria y de una fuerza sobrehumana incapaz de ser
manifestada a sabios y poderosos, sino a los sin rostro, los pequeños del Reino.
De ahí nace una pregunta que
cambiará para siempre nuestra cotidiana vida: ¿Se puede vivir sin amar como
Jesús amó? La respuesta parece obvia para quien no cree, pero para los que
hemos dejado lo que tenemos hasta este punto parece imposible volver hacia
atrás; aún en el miedo y la incertidumbre, su Palabra nos llena de vida y
esperanza. Palabra que suena a “espíritu y verdad”, y que sigue viva aún fuera
del templo, fuera de los ritos de los ilustrados y religiosos del pueblo,
iluminando las leyes y todas las enseñanzas de nuestros ancestros.
Se puede vivir sin amar como Jesús
amó… ¡No! Ahora debo aprender a reconocer el valor de mis hermanos, las
capacidades que tienen, los dones que tanto como yo, han dispuesto para seguir
la misión de “Ir y enseñar a las naciones”. Ahora debo aprender a no murmurar y
aprender a dialogar sobre las situaciones en las que no estoy de acuerdo con
mis hermanos buscando siempre los puntos en común que nos hagan perseverar en
la unión como comunidad, nunca la división. Ahora es tiempo, de que aprenda a
callar cuando debo, y hablar cuando tenga que hacerlo con la serenidad del
Espíritu y con la firmeza de quien “tiene autoridad” porque se le ha dado para
servir, no para servirse de los demás. Ahora es tiempo que mi humildad sea tan
evidente como la de los lirios del campo y tan virtuosa como la capacidad de
producir miel como las abejas. Ahora es tiempo, de que mi encuentro con Dios no
se reduzca a mi humanidad y se extienda hacia los pequeños y ordinarios
detalles, como aquel de poder estar con mis hermanos de comunidad compartiendo
algo que llena y que da sentido a toda la existencia: La fraternidad y verdad
de ser hijos de Dios.
Ahora es el tiempo de amar con el
mismo corazón de Jesús lo que nos queda de vida y lo que hay en ella. Amar lo
que él quiera manifestarnos en Galilea y más allá....