Por: Sergio Domínguez SC
La figura de Jesús, como la entendemos hoy, está marcada por una novedad radical que ha transformado no solo la historia, sino también nuestra manera de entender la vida y la relación con Dios. Desde la Transfiguración hasta la Resurrección y el sepulcro vacío, el mensaje de Jesús se despliega como una experiencia única que, aunque profundamente arraigada en la tradición judeocristiana, invita a una mirada renovada sobre lo humano, lo divino y la creación misma.
La Transfiguración de Jesús, ocurrida en el monte Tabor, es uno de esos momentos en los que la humanidad de Cristo se ve envuelta por la gloria divina. En este evento, los discípulos presencian algo más allá de lo visible: "su rostro resplandeció como el sol" (Mt 17,2), y sus vestiduras se tornaron blancas como la luz. Este momento no solo reveló la identidad de Jesús como el Hijo de Dios, sino que también abrió una puerta hacia un entendimiento más profundo de la relación entre lo humano y lo divino. La novedad de Jesús no es solo una enseñanza ética o moral; es la presencia de la gloria de Dios encarnada en un ser humano. Lo que los discípulos vivieron en la montaña es un anticipo de lo que se verá en la Resurrección: la transformación radical de toda la creación.
En términos cosmológicos, esta luz de la Transfiguración conecta directamente con la Resurrección, que se convierte en el punto culminante de la revelación cristiana. La resurrección de Jesús no es un simple regreso a la vida como la entendemos en términos humanos, sino una transfiguración total, una restauración de todo lo que el pecado y la muerte habían corrompido. En Jesús, la creación misma se ve redimida, transformada, como si a través de Él, el mundo entero experimentara una segunda creación. Esta idea no es solo una promesa para el futuro, sino un principio presente que invita a los creyentes a vivir con una esperanza nueva, en la que la vida eterna ya comienza en este mundo.
El sepulcro vacío es el otro gran signo de esta novedad. En un contexto de incredulidad, el hecho de que el sepulcro de Jesús esté vacío representa la derrota definitiva de la muerte. No es solo un hecho histórico, sino una realidad teológica que inaugura una nueva manera de ser y de entender la vida. En la Resurrección, el sepulcro vacío se convierte en un símbolo de liberación y transformación. El mismo sepulcro que contenía a Jesús ahora se convierte en un espacio que anuncia la victoria de la vida sobre la muerte. Es un espacio vacío, pero lleno de promesas, de esperanza, de renovación.
Como alguien que vive en la frontera de Tijuana, México, estos eventos adquieren una resonancia personal. La realidad de la migración y la pobreza aquí hace que los temas de vida, muerte y esperanza no sean solo cuestiones abstractas. La novedad de Jesús, manifestada en la Transfiguración, la Resurrección y el sepulcro vacío, invita a mirar al sufrimiento humano con otros ojos: los ojos de quien sabe que la muerte no tiene la última palabra. Cada día, en los rostros de las personas que buscan una nueva vida en esta frontera, veo un reflejo de esa esperanza de la Resurrección. La vida de Jesús nos enseña que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que puede transformar, redimir y dar nueva vida.
La novedad de Jesús, entonces, es un desafío a la manera en que vivimos y percibimos el mundo. No es solo un mensaje de consuelo, sino de transformación radical. La Transfiguración nos muestra que la gloria de Dios está presente en medio de nuestra fragilidad humana. La Resurrección nos invita a vivir con la certeza de que la vida, aun en sus momentos más dolorosos, tiene un propósito más grande que la simple existencia. Y el sepulcro vacío, al final, nos recuerda que todo lo que vivimos es parte de una historia más grande, una historia de salvación que atraviesa la muerte y llega a la vida.
En definitiva, pienso que la novedad de Jesús, en sus tres grandes momentos de revelación, no solo inaugura una nueva cosmología o una nueva visión del mundo, sino también una nueva manera de ser humano. Es una invitación a vivir con una esperanza que no se limita a este mundo, sino que se abre a lo eterno. Para nosotros, los que vivimos entre los desafíos cotidianos, especialmente en lugares de frontera y marginalidad, este mensaje es una luz que nos anima a seguir adelante, a pesar de las sombras que a veces nos rodean.
Bibliografía:
Benedicto XVI. (2011). Jesús de Nazaret: Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección. Editorial Planeta.
Wright, N. T. (2004). La resurrección del Hijo de Dios. Editorial Clie.
Rahner, K. (2000). Teología fundamental. Ediciones Cristiandad.
Danielou, J. (1993). La Sagrada Escritura y la teología cristiana. Ediciones Cristiandad.
von Balthasar, H. U. (1985). Gloria: Ensayo teológico. Ediciones Sígueme.
Me resuena la expresión: "la novedad cristiana (o de Jesús) es un desafío a nuestra forma de vivir y de percibir el mundo"... Considerando que solemos movernos en posturas fijas: el mundo es "así" (no hay posibilidad de que sea de otra forma)... y vivo "así" (no hay posibilidad de vivir de otra forma). En este sentido, la novedad cristiana, según la reflexión de este artículo, invita a la confrontación entre la postura fija y la novedad de Jesús: ¿es posible vivir de otra manera? ¿es posible percibir el mundo de otra manera?
ResponderEliminarMi estimado amigo, gracias por darte el tiempo de leer este pequeña reflexión; a tu comentario: como bien señalas, es más fácil posicionarnos desde lo fijo, que desde lo dinámico, probablemente porque nos terminaremos confrontando con lo nuevo. Siempre me he cuestionado, porque cuando más nos vamos moviendo en una rutina (como puede ser una misión apostólica determinada) tendemos a actuar como si ya no hubiera novedad, o si las enseñanzas de Jesucristo también ya quedaran fijas y entonces se convierten en un accesorio qué usar en momentos puntuales de nuestra vida cotidiana, cual si fuese vestimenta, y no como una actitud que nazca desde el interior y se siga reflejando fresco, auténtico e intencionado en nuestra cotidianeidad. Lo que creo que es posible, que a través de nuestra capacidad pensante y sintiente, podemos hacer vivo lo que Jesús como ser humano, ya abrió como preludio de lo que será nuestra vida plena en Dios. Te agradezco el tiempo que le has dedicado a este pequeño momento de compartir vida y reflexiones, desde nuestra vocación universal de ser hijos de Dios, y hermanados en la fe por Jesucristo.
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