Hace algunos días, mientras me disponía a tomar como de costumbre mi automóvil para dirigirme a mi trabajo por la mañana, algo en mi mente me decía que algo extraño sucedería ese día. Ciertamente uno bastante incómodo. ¿VALDRÁ LA PENA EXPONER NOMBRES O CIRCUNSTANCIAS? Prefiero lo segundo, pues, de lo primero no me gustaría afectar de manera directa, menos por el nivel de ética con el que suelo manejarme en mis empleos, o ex empleos.
En efecto, uno de los directivos de mi colegio (una persona que consideraba ejemplar) me anunció que mis servicios estarían próximos a concluir debido a una situación particularmente razonable, como lo es no entrar en el profesiograma de una materia de elemental categoría en la enseñanza básica de nuestro sistema educativo nacional. Ciertamente, una noticia silenciosa e inesperada -dado que nadie que pretende continuar en ese empleo deseé recibirla-, dijo: -"Malas noticias"- por vía electrónica. En otra circunstancia me hubiera parecido razonable, pero algo en mi interior no estaba quieto.
Pero, ¿Cómo empezó todo esto? Aquí alguna reseña de lo que puede ser esta experiencia que contiene una enseñanza de esas que te cuentan los adultos: "La generosidad muchas veces se paga con la ignorancia de quien sirves".
Fiel a mis convicciones, decidí hacer mi trabajo con el mayor profesionalismo enfocado en el proceso de adolescentes, hombres y mujeres; fiel partidario en mi escala axiológica de generar y crear buenos ambientes con los que me rodean, pues, lo que se hace bien se hace extensivo y la alegría de los educadores también está en el ambiente que se promueve. Como lo he aprendido desde mis años de formación en el seminario católico salesiano, aprendí la importancia de la fraternidad y la familiaridad que se construye con la confianza de dar el primer paso en el encuentro con el otro - pues así como yo es también prójimo- y eso era pan de cultivo diario, he de decir, con énfasis en los detalles de mis directivos y colegas docentes. Las relaciones laborales eran óptimas para hacer crecer estos dos aspectos de un código ético mínimo para las exigencias de nuestros destinatarios; tengo que agradecer a quien me invitó a esta experiencia, dando el paso pístico -creencia- en mi persona, en mi calidad de formación y con el riesgo de mis limitaciones. Ella, (Coordinadora Académica) había implementado una dinámica bien pensada y reflexionada; ella puso los cimientos de una visión que era integradora y a la vez edificante, tanto para el colectivo docente, como entre los mismos alumnos. Se respiraba un ambiente de verdad y confianza. Era un ambiente en donde todo buen neoeducador podría dar grandes pasos y dar más de sí mismo. Era un momento de solidaridad entre directivos y administrativos. Los secretos estaban más en los devenires de cada día, más que en el propio interior de las planeaciones estrictamente establecidas. Así era, un lugar sagrado para quienes queríamos hacer bien nuestro trabajo, y a la vez una pregunta surgía: ¿Seríamos capaces de continuar esta línea de trabajo tan realista?
Esta cuestión se fue haciendo cada vez más clara con el correr de los meses y con los obligados cambios de ciclo -entre ellos el de esa noble y significativa coordinadora-, y la entrada de una nueva administración, que bajo la lupa del que busca, representaba un cambio aparentemente necesario, aparentemente transparente, aparentemente esperanzador para nuevos horizontes de acción -quizá es para mí, la visión de mi opinión- . En las relaciones humanas he comprendido que siempre una nueva luz se desata sobre nuestras conciencias cada vez que conocemos algo o a alguien diferente. Este cambio de aires, representó también la agónica y misteriosa caída de aquello que se había construido con espíritu de unidad, confianza y una familiaridad inquebrantable hasta ese entonces entre colegas, admito que hasta entonces me aparecía como algo nada común para un colegio privado donde hay demasiados cambios en las plantillas de trabajo; aún así, los primeros meses parecía que los nuevos bríos y los nuevos rostros -también los nuevos puestos- daban conformidad a aquello que se buscaba para los destinatarios. Con no poca frecuencia, nos parecía a algunos comenzar a notar esos rasgos del que hace que desconoce lo realizado por sus predecesores, y la imagen visionaria de un distinto e imperativo proceder. Era evidente que había que modificar ciertos aspectos del paradigma, para contrarrestar la posible revirada de quienes comenzamos a desconocer de métodos y procedimientos, en el nuevo y rompiente modelo laboral interno.
Lo que sigue, me parece la parte más dolorosa de expresar, pero también es aquella que mejor ilustra a quienes quieren aprender a no repetir modelos aversivos e híbridos en medio de una institución educativa. Además un llamamiento a quienes pretendan saber de liderazgo y autoridad, en tiempos de humanización y respeto entre individuos. Se necesitan más que títulos educativos y papeles del burocratismo sindical para dirigir y equilibrar la labor en un colegio de inspiración cristiana. A caso ¿Era necesario que apareciera la figura del mal en nuestra institución disfrazada de temor e inexperiencia? Con el correr de la segunda parte del ciclo, uno de los directivos, pudimos evidenciar que cometió algunas faltas en contra de la ética y moral propias de un cargo como el que le correspondía ejercer. Vuelvo a la pregunta ¿Cómo comenzó este despido silencioso? Justamente así, con un silencio convertido en acciones de mentira, y de falsas esperanzas. El director -cuyo nombre no quiero acordarme citando al gran Cervantes- tuvo que jugar su juego, y era esencial dividir para vencer lo que había topado meses anteriores. Aquí lo diré con la claridad que me caracteriza personalmente: El objetivo era alejar a aquel que no estuviera de acuerdo con su pensamiento. Clásico de los que tienen personalidad autoritaria y tiránica. Primero comenzó con gestos no propios de quien con integridad puede externar lo que es necesario en una institución educativa. Luego, se valió del recurso del "chisme" y la desacreditación de ciertos colegas de trabajo- cito: Coordinadora académica al momento, Mtro. de Educación Física, Mtra. de Música de la sección primaria. Pero, lo que pudo ser lo más grave, fue la persuasión y manipulación de personas, bajo los fines pretendidos. El primer gran problema que hubo, fue a través de una descalificación que él mismo realizó de su coordinadora -pues justificaba que no tenía el hábito de comunicar- y me ofreció suplir el puesto para poder cumplir. Desde un punto de vista pueril, esto es lo más normal que puede suceder en los trabajo; sin embargo, a mí, me extrañó sobremanera que días atrás él ya no comunicaba nada a su propia coordinadora académica. Un embrollo de desaciertos comunicativos y de bajezas y ambajes del que hace manifiesta su inexperiencia en el puesto que le han asignado. Luego de cometer esta primer jugada, el mismo Director -que además seguía en aula dando clases- cometió algunas irregulardiades hacia mi propio trabajo - Lo califico como faltas de respeto y de ética profesional- metiéndose de improviso a mis clases, sin previo aviso y sin ningún tipo de justificación razonable, lo peor, sin retractarse ni comunicar después o pedir alguna disculpa por el hecho. La coordinadora al momento, desde mi punto de vista, también sintió amenazado su propio puesto al saberlo de mí - pues en privado me había avisado el Director del supuesto nuevo cambio-; su reacción, fue justamente el detonante de una serie de ambajes laborales particularmente hacia mi persona. Se fue rompiendo esa familiaridad que existía, por ende la confianza. Tengo que admitir que, la figura de la coordinadora, representaba para mí el rol de una madre; de hecho, ese era su perfil para con más de alguno en nuestro colegio. Ahí empezó lo que en el mes de junio se concretaría como un despido ciertamente, ambiguo, imperativo y poco asertivo.
Tengo que mencionar algo que me parece clave para hacer y hacerme entender a mí mismo los aprendizajes de la experiencia vivida en este ámbito laboral: Creamos relaciones personales de gran envergadura, proyectamos en el tiempo el futuro de nuestros destinatarios, y finalmente, nos movimos por la creencia y el respeto que teníamos como colegas de trabajo.
Como muchos profesionales de la educación, en mi formación profesional docente, entendí el sentido de la misión trascendental que podemos tomar en nuestras manos, pese a todas las vicisitudes que nos circundan en nuestra vida. Estoy convencido de que lo que damos de nuestras personas, es lo que otros se llevan. Pero también tengo que mencionar algo importante: yo amaba servir y estar en este colegio. Por muchas razones; primero, por lo importante de sus valores como institución y su tradición en formar grandes ciudadanos; lo segundo, por la intensidad con la que se puede crecer vocacionalmente haciendo cada vez mejor y más centrado el trabajo; y tercero, por las grandes oportunidades que hay para seguir contribuyendo al crecimiento de la obra.
Al final, como en muchos procesos donde se mal versa la información, la parte humana es la que suele hacer evidente la parte más tajante y obscura de nuestra personalidad. Sentí la ira de quien es arrancado de seres que ama y que sirve para vivir entre ellos (más allá de calificaciones y de meros datos cuantitativos -o burocracia como el CTE-). Vi distintas formas de mentira, y comprobé que hay silencios pesimistas -como dijo el gran Carlos Fuentes- que pueden tumbar o tambalear el propio edificio de humanismo que se pueda construir. Comprobé un poco del valor y nobleza de las personas; fui testigo de la cobardía de algunos colegas, pero también su inteligencia y afecto ante las situaciones. Disfruté de todo, incluso, la misma ira y el coraje frente lo adverso e injusto de la última decisión.
Hoy se cierra un ciclo -No pensé que tendría que ser por la vía de lo negativo-, firmar una renuncia laboral podría ser cualquier acción, pero no para quien intentó dar lo mejor de sí mismo a una institución que hoy despide a uno de sus empleados que fue sincero y transparente hasta en sus errores; y claro que no hay puertas abiertas donde reinan las mentiras, y la falta de honestidad. La integridad de una persona no se mide por el grado de sus conocimientos y sus títulos académicos, sino por la veracidad de sus acciones y palabras en pos del bien común. El valor de la lealtad lo tienen aquellos que defienden la verdad y la justicia. Y habrá tiempos para el que le corresponde juzgar. Y habrá tiempo para rendir cuentas.
DIVIDIR ES EL ARMA DEL QUE NO QUIERE AMAR...EL QUE SE CANSÓ DE INTENTARLO...EL QUE PERDIÓ UN AMOR.
Profesor Sergio A. Domínguez Campos