sábado, 18 de agosto de 2018

ad excelentiam

In memoriam desidere (1° parte) 

Por: Sergio Domínguez C.

Todo comenzó hace ya mas de cinco lustros, la primera palabra "deseo"; como tantos niños, yo era de aquellos que solían balbucear sus primeras palabras escuchando otras tantas que los adultos pronunciaban al estar cerca de mí. A penas si puedo recordarlas, más que otra imagen me quedan los sonidos de que agudizaba su tono de voz, o de quien gritaba de improviso. Pero también recuerdo vagamente las miradas; de ellas, no mucho podría decir, no puedo acertar, pero sé que estaban ahí.

Entre palabras y miradas se gestaba el niño que las reproduciría con elocuencia en un futuro, de criterio y forma se llenarían las intenciones del que haría realidad uno de sus más grandes deseos: alcanzar un grado profesional. 

A la sombra de las austeridades y complicaciones propias de mi pasado, arrojaba ese "deseo" de manera constante e inconsciente. Los primeros pasos en un aula escolar, se llenaron de alegrías y de misterios por resolver. También de lágrimas por secar. Todo momento negociaba con la sensatez y la inocencia, gallardo me aseguraba un lugar entre los cómplices de la infancia, nunca al margen, solía vociferar entre el párvulo liderazgo de un niño que más tarde, entendería el significado de la educación, y la necesidad de expresar algo de mi propio espíritu.

El primer gesto de un prominente éxito profesional, se consolidó en un hecho memorable, que impulso el deseo de ver por el Prójimo, aún sin conocerlo: con tan sólo 7 años de edad, y las primeras millas recorridas en la zona fronteriza de mi país, me vi -como muchos- envuelto en la situación de proximidad con otro prójimo tan distinto a mí, tan vulnerable como yo, tan necesitado como yo. Sin embargo, eso no lo sabría de manera racional, sino a través de un sentimiento llamado compasión. Cruzando la frontera hacia un lugar más limpio y seguro, más confortable y atractivo, fue imposible desatender una dolosa imagen. Se trataba de un indigente pidiendo una limosna, con una particularidad -rara para mí a esa pequeña edad-: sin piernas y con solo un brazo. Yacía tendido sobre la calle, sucio en sus ropas y cara, con un aspecto sufriente, en medio de todos los automóviles que desfilaban hacia su luminoso destino. En eso, un comentario inesperado de mi madre: ¡Pobrecitos qué necesidad tienen de estar así! -dijo con pesadumbre- Yo, inmediatamente me acerqué a la ventanilla para apreciar tan extraño suceso. ¿Acaso sería un ser humano que fingía? o ¿En verdad se veía una necesidad real? -pregunté en mi mente curiosa-. Sin más y mirando su rostro en medio de ese deplorable escenario, sentí dolor como si yo fuera quien estuviera pidiendo la ayuda, más como si yo tuviera oportunidad alguna de ayudarle en su angustiante situación. Y así pasamos de largo, como pasaban muchos sin darle una opción a tan inhumano y cotidiana empresa. Una necesidad fuera de mí, fue lo que conocí aquel día.


Años después, este acontecimiento se seguiría repitiendo una y otra vez que pasaba por la línea fronteriza de migración. Más no el sentimiento de compasión, ese ya no pudo sino cavar una habitación en mi corazón, y con ello una forma de pensar y de sentir. La casa, la familia, el ambiente social, todos presentaban ese aspecto del cual todos los seres humanos no podríamos prescindir jamás llamado menesterosidad. 

Todo deseo comenzó en mí como una necesidad...







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