Ayer me visitaron dos viejos amigos.
Por: S.A. DOMÍNGUEZ
"Ayer
me sentía vacío, pero sabía que tenía lo suficiente para vivir y dejar vivir a
otros. No le pedí a ningún dios que viniera y me quitara lo abajado de mi
ánimo; por el contrario, si algo pedí fue que no se metiera, necesitaba sentir
ese vacío sin el ungüento inmediato con que suelo tratar con cobardía la soledad y el
sinsabor. Más bien, me dediqué a acariciar con dulzura ese sentimiento de
sequedad y con pinta de callejón sin salida, o callejón sin destino, más bien.
Por un momento me invadió el fantasma de mis propios fracasos y me invitó a
charlar:
―”Estás
distraído, no deprimido” ―Dijo renuente para esperar mi desesperanza y
hartazgo―.
―“Adelante,
enséñame cómo es esto de estar solo. ¿Acaso no lo he experimentado antes ya?”
―Repliqué sin el mínimo esfuerzo en mi cabeza― Volví a lo mío, pensando que
todo había sido sólo un ventarrón que entró por la ventana de mis ideas.
¡Cuánto silencio enmudeció mi corazón! ¡Tanto que añora las antiguas compañías!
La
situación se volvió asfixiante de tal manera que el fantasma de mis fracasos
llamó a otro maldito vago de mis ideas: el fantasma de la amargura. En cuanto
el fantasma del fracaso se sintió superado con mi optimismo hermético y nada
iracundo, entonces fue como un verdadero murmurador, tan mimado y flaco en su
intención, a quejarse con el otro pobre, al que ni yo ni mi silencio le
queríamos prestar ni un segundo de atención. El tal verdugo, lascivo y
compulsivo, el deambulante y preñador de almas lóbregas, sacó su primera y
única carta, ya es débil, pero sigue prendiendo mi añoranza.
Y me dijo
sutil, el mezquino:
―”Ya veo
que no tienes nada que hacer. Mírate, estás hecho un manojo de desazón y
dulzura. ¿Cuándo te enfrentaste por última vez a mis encantos sin si quiera
poner resistencia alguna? ¿No fue hace algunas horas? ―Dijo con un tono tan
engreído que lo único que hizo en mí fue que mi silencio se encumbrara en su
propia grandeza―
Giré
discreto, álgido la cabeza de un lado a otro, rechinándome los huesos y
músculos, mientras que en el conmutador aparecía resonante en mis oídos una
pista que cosechaba más amargura que desdicha; el instante me cimbró y me
detuvo para contemplarle tan vorágine y tan macabro; el recuerdo amargo de mis
padres, tan lejanos, tan conflictivos como yo mismo, que no hemos querido
aliviar las tenazas del desasosiego y la distancia, por el orgullo y la
desesperanza que nos come día a día. Se aproximaron, tocaron parte de mis
oídos, y al rozar el alma, me dijeron:
― “Ya mejor
ve pensando en que tú no estarás en el funeral”.
El fantasma lo repitió vehemente, insistente por más de cinco veces, hasta que en verdad, y por cortesía, llamó un poco mi atención.
El fantasma lo repitió vehemente, insistente por más de cinco veces, hasta que en verdad, y por cortesía, llamó un poco mi atención.
― “A ti te
basta ser quebrantador de soledades y fracasos para darte a conocer. Pero,
¿Quién eres tú que me busca un futuro del cual yo soy amo y señor? ¿Hacia dónde
pensaste que mudaría mis sentimientos, si los conozco como conozco mis propios
errores? ¿Me pensaste en vano, o me quisiste tanto como para ponerme a prueba?
Dicho lo
anterior, un mensaje de mi esposa me recordó que en el presente, el fracaso, la
soledad y la amargura, son solamente instantes que sigo escuchando, pero ya
casi no disfruto. Son los fantasmas de mi instante; los instantes de mi propia
historia, las luces que no se pueden esconder, las verdades que no se pueden
escurrir. Los demonios que acomplejan mis momentos de júbilo, los que
atormentan el futuro y me quieren derrotar; los que sufren más que yo, porque
paso con ellos, ya ahora, ya desde hace tiempo, tan pocos livianos instantes.
Los que ya no tienen un dios a quién provocar, los que perdieron su sentido y
su fulgor, cuando yo les hice mis mejores amigos junto a mis alegrías y mis
amores, los más reales, los más llevaderos, los que perduran hasta hoy junto a
mí, y yo con ellos...en la memoria y en el deseo, en el nombre y en la existencia."