"Una oportunidad de paciencia y esperanza."
Y me detuve a mirar que nos cambió la percepción de lo cotidiano, y surgieron entonces distintos clamores; voces que entre sollozados pensamientos de incertidumbre por la vida ante la muerte, despertaron en las conciencias una esperanza genuina, que aburridas o quizá, preocupadas por lo banal, no se habían detenido en algunos años a mirar distinto, a mirar con rostro de humanidad, vulnerable e itinerante.
Las calles, las escuelas, los recintos religiosos, los países enteros, que ahora se vacían -o se distancian-, presagian la profecía de que por sobre todo, Dios, está al final de nuestras vidas y desde la comodidad de nuestra humana corporeidad, ajustando a sí, cualquier diferencia, para unirla en la comunidad de nuestras valías como personas, racionales y llenas de un espíritu, que ahora pasa la prueba de la paciencia. Porque ciertamente, y aunque nos resulte terrible escucharlo, hemos sido los mismos seres humanos los que hemos causado ya tanto mal a nuestro mundo, y más a nuestra especie. Ciertamente, no fue Dios quien quiere el mal de las personas, la enfermedad le aterra, en cambio, ama la vida y la generosidad ante nuestra frágil y pasajera existencia en este mundo. Tampoco fue Dios, quien se sentó en una mesa a decidir lo que le convenía o no a este mundo que entre escepticismo, vaguedad y desbordada alienación por la materialidad, y sí fue Él, quien, condenó que el odio y la violencia irrumpan día a día, en nuestra púgil e insostenible lucha de ideologías. Dios es más simple, es más humano que un humano, y mucho más inteligente para darle vida a conceptos como equidad, solidaridad, prevención o economía.
El fenómeno mundial conocido como "Coronavirus" en realidad, considero,- y pese a todas las bajas humanas que ha causado lamentablemente en estos meses- que es una oportunidad global para valorar primero la vida, a las personas y el significado de nuestra estancia aquí en la tierra; así mismo, es un paradigma atravesado por el hombre a través de la historia, que si con entereza sabemos leerlo, puede revertir el curso vertiginoso e insondable que tanto ir y venir en nuestras despiadadas e inhumanas formas de caminar en este mundo, que ha provocado solamente la tristeza y sin sentido. Es un tiempo que llama a la reconciliación entre hombres y mujeres, a luchar por causas comunes, dejar diferencias, buscar estar en paz como complemento.
La pandemia que vivimos en este momento de nuestra historia, acontecimiento que deja incierto a todo sistema y a toda persona, huele e invita a la paciencia para hacernos más responsables y humildes, de lo que verdaderamente importa en este mundo, frente a la soberbia y a la indiferencia que reina a cada minuto, y también, nos da la esperanza sincera, de que, al atravesar las dificultades prácticas del momento, sea en un futuro -y ya desde el presente- que nos convirtamos en una especie altamente evolucionada en el significado de la vida, el amor y la verdadera solidaridad.