sábado, 7 de julio de 2018

DE FILOSOFÍA Y POLÍTICA


El filósofo como experto en el dialogo con la realidad.

Por: Sergio Domínguez  C.


Introducción.

La complejidad de un mundo como el de hoy es una realidad que inevitablemente el ser de este tiempo debe enfrentar y de la cual necesariamente hacer reflexión. Reflexión y diálogo, entendimiento y comprensión de los sucesos históricos, de la novedad continua que de vanguardia se presenta como impenetrable para el común de las personas, es decir, a cada hombre le corresponde toparse cara a cara – ya lo dijo Levinas en su Ética del rostro- consigo mismo.

Es un hecho, que la sociedad hoy en día ­me refiero a la sociedad latinoamericana particularmente­ se mueve en ciertos ciclos que conviene la pena analizar e iluminar, basándonos en el sistema político del filósofo Estagirita, para quien el hombre es por naturaleza un ser social, es decir, un ser de relaciones, y acuerdos, de responsabilidades, de decisiones pero también de oposiciones entre sí, ya sea por intereses propios o por desviaciones en el ejercicio del poder. La clave para cualquier forma de gobierno, aunque muchas veces sea evidente que no genera las bondades absolutas en sus ciudadanos, será para Aristóteles la estabilidad mediada, el equilibrio de las posiciones sociales respecto a sus fines particulares, sin olvidar por supuesto, que hay una generalidad en cuanto su obrar por la misma sociedad en la que se hallen.

Hemos de entender, que el hombre no debe permanecer frente a la realidad como lo explica el ejemplo del velero, en el cual estando dicho velero en altamar, y ejerciendo su función como debe, antes es coaccionado por los “vientos”- diríamos las corrientes de pensamiento e ideologías políticas, religiosas, etc.- de manera estrepitosa y quitándole toda la precisión para autoregirse, para dominarse en una autonomía edificante, es decir, que la libertad con la que se procede a este encuentro “inteligente y sentiente” de la realidad lanza la condición humana en su conciencia y corporeidad a saberse parte de una realidad de la cual es garante o negligente de elementos para su mejor dinamicidad en el tiempo y el espacio reales. Precisamente la realidad, diría el gran filósofo español X. Zubiri es un encuentro con el sentir, la inteligencia del hombre le debe llevar a saberse un ser que desde su capacidad sensible-sensorial puede captar la realidad y precisar la menesterosidad que conlleva su inmersión activa en ella.

Al mirar la realidad de nuestro mundo y nuestro tiempo presente, somos conscientes como lo diría Hegel en su fenomenología del espíritu, que “nuestro tiempo es un tiempo de nacimiento y de tránsito a un nuevo periodo”.[1] El filósofo, como buscador de las causas últimas, de la verdad que encierran los  acontecimiento sencillos y rutinarios de la vida, tiene una responsabilidad indispensable de realizar para la sociedad, en su “génesis ontológico”, como constitutivo esencial, que le hace ser quien es en medio de la divergencia masiva de seres entitativamente racionales.

Es menester agregar en este apartado, que aquí cabe preguntarse alguna serie de cuestiones interesantes que nos permitan indagar como J. Habermas en el papel que la filosofía tiene dentro de un mundo “postmoderno”, por ejemplo, ¿Por qué el filósofo permanece cada vez más alejado de los sectores educativos básicos en nuestro país? O ¿Desde hace cuánto tiempo se ve que la política  ha centrado su acción en un mero discurso de absurdos repetitivos, de índole patriótico o de proyectos emprendedores bajo la apariencia de “para los más necesitados?, también ¿ Cómo es que la sociedad – al menos la mexicana- hoy en día tiene en sus jóvenes los niveles más altos de baja escolaridad y de un sentido de escuela casi pragmatista-consumista, en el cual se ven las carencias para reflexionar sobre temas de relevancia como la vida, la preservación del ecosistema, la rectitud y transparencia en los cargos gubernamentales los espacios culturales y las relaciones interpersonales?

El cuestionamiento sobre cómo debería de ser la acción del filósofo hoy en día nos hace concluir que, quien en este campo se moviese debe, ante todo, ser un experto en el dialogo con la realidad.

Ética aristotélica: la mediación.

           Es evidente que una persona con las cualidades cognoscitivas para aprehender la realidad y generar una visión holística como Aristóteles, debía tener presente que la radicalización en el ser humano podría llevarle a conseguir limites que nunca pensó pero que quizás tampoco en verdad sabría hacia las consecuencias irreversibles a las que se dirigiría de ser así. De tal manera, que él mismo al observar que en los sistemas sociales existen las clases con mejor posicionamiento económico entre unos y otros, planteaba que la virtud de una estabilidad constante y presente, se llevaría a cabo por la mediación que se hiciera entre estas, en su  contacto con las leyes.  He aquí, que los gobernantes (según la forma de gobierno) debían de poner el centro de su reflexión porque precisamente se habla de dos grupos sociales que poseen una radicalidad en sí misma: pobres y ricos.
La reflexión encaminada desde distintos puntos de vista, podría conducir al auge o a la ruina de un pueblo, y señala Aristóteles con insistencia: “…la propiedad intermedia es la mejor de todas, y a que es la más fácil de someterse a la razón...” (1295 b).

El filósofo como artífice del ser y su valor en la realidad. Incidencia y complementos.

La etapa posmoderna se halla fuertemente trastocada y bastante envenenada por las aguas del hedonismo, el utilitarismo y el pragmatismo desmesurados, a su vez un positivismo arraigado con gran fuerza y específicamente para una determinada porción de la sociedad, especialmente aquella con mayores ventajas en las estructuras de economía. La política crece en necesidades que cubre, sí, desde los propios antecedentes históricos de la nación, hasta las exigencias de un mundo globalizado, y que pide lo que le asemeja a ser como una empresa que genera cada vez más y más necesidades que el hombre de hoy dentro de su asombro y a la vez relativismo da por contada su indispensabilidad de ser o su sin sentido de ser, lo que podríamos llamar una concepción unilateral centrada en el sentido de las cosas, dejando también un aumento considerable al desecho de la parte ontológica-existencial del ser humano. Vivir en una etapa de tanto materialismo y pragmatismo, debería instar la mente del filósofo del siglo XXI para lograr convertirse en un artífice del valor del ser en general, y en ello de los sentidos esenciales del ser humano. 

Jacques Maritain (1882-1973) nos recuerda hablando desde la filosofía política que propone  desde un obrar bajo el presupuesto del bien y de la esperanza, que “La filosofía política es eficaz y eficaz en grado sumo, porque tiene que ver con las esperanzas terrestres de la comunidad humana.”[2] Con lo cual queda plasmada la idea de que dentro del común social el papel del filósofo consiste en dar un aporte significativo y realista para responder a necesidades insoslayables que no sólo se centren en contenidos alejados y elevados para explicar una operación excelsa del ser humano, sino que funcionen en la practicidad de los aspectos que identifican al mismo, como lo son el afecto y la razón.

Ahora bien, si el filósofo además de su capacidad crítica-reflexiva, incluye además en sí una actitud de diálogo y de apertura hacia “el otro”, crece en su posibilidad de que su acción de artífice se convierta en capacidad de comprensión comunitaria, es decir, el alcance al que está llamado hoy en día el filósofo, es el de poder convocar el pensamiento suyo y de otros, luego ponerlo en funcionalidad activa para ser proyectada de la esencia de cada uno hacia la exterioridad en la que se materializa idea-juicio-raciocinio.

Cuando miramos los problemas que existen a nivel organizativo y de comunicación entre los políticos vale la pena preguntarse, hasta qué punto de la situación profesional deja de serlo como tal y entonces entran elementos más subjetivos que ya no corresponden a una lógica razonable, aceptable para pensar en los fines para los cuales surge un ambiente de personas que busquen en la política el bienestar común y la generación de acuerdos mayormente encaminados hacia el progreso de distintos estratos o campos de la sociedad.
Quizá en la visión mediática de Aristóteles encontramos amplias opciones para conducir la política hacia fines reales y posibilitados de ser fines humanizados por la misma mediación, pues evitan los extremos por exceso o por defecto.

La visión de un filósofo, y ya se pensaba en la antigüedad con Platón, es la más apta para gobernar, y esto se debe en gran medida en la capacidad que un filósofo puede hacer para sintetizar las prioridades reales, tomando desde las causas primeras y los elementos lógico-prácticos. Por otro lado, el filósofo puede iluminar la realidad social desde su experiencia y sentido agudo de la ética y la moral. Identifica de manera imparcial e indiscriminadamente los elementos que emergen de una percepción de la realidad desde un punto de vista moral, con un grado sumo de respeto que logra definir y comprender las diferencias entre la moral de la cultura; claro que sin perder los elementos axiológicos fundamentales, los filósofos pueden enseñarle a un político o a un técnico industrial, el sentido vital por el cual tanto una como otra profesión, se ven anestesiadas muchas veces por los “fantasmas” del dinero y de la corrupción, que entonces se pierden los sentidos de un conjunto holístico que integra sociedad, individuos en sus pensamientos y en su obrar. De lo dicho anteriormente me gustaría, señalar que, la necesidad de objetividad y de un toque loable de subjetividad lo encuentra el filósofo cuando en su propia existencia hace la experiencia de indagar en el misterio del pensamiento y de sus consecuencias en la realidad. Probablemente es más fácil que un hecho tan catastrófico como la segunda guerra mundial y todo lo que a su paso dejó, como hecho horroroso y de sufrimiento para toda la generación que lo vivo en propia piel, genere más rápidamente la elaboración de nuevas legislaciones en aras de evitar que se vuelvan a cometer dichos actos “inhumanos”, a que únicamente se generen legislaciones sin hechos precedentes que son el detonante para que las consecuencias de un elemento subjetivo pasen al elemento de la objetivación de ser.

J. Habermas nos habla de la productividad, y la considera un medio efectivo para realizar la propuesta de apertura al mundo y de la aplicación de la praxis transformadora para ayudar los procesos de enseñanza y aprendizaje. [3] Se entiende entonces la iniciativa creadora e innovadora en el mundo que el filósofo está posibilitado y habilitado para realizar: su discurso no es únicamente el de contenidos o teorías alejadas a la praxis cotidiana.

El filósofo por ende, posee en sí una responsabilidad inmanente a su razón y a su espíritu: plantea a la sociedad las vías para actualizar el pensamiento, no desvirtuarlo, sino acrecentarlo. La lógica que utiliza no es ya en un sentido riguroso aristotélico o formal, sino que más bien utiliza la lógica del sentido común, del espíritu que puede transformar antes que estructuras a las personas, la lógica de una filosofía que unifica y no que divida; por ejemplo, la religión, en todas sus manifestaciones debe  ser iluminada por el filósofo cuanto más por su grado de acercamiento con una entidad Suprema que no está alejada sino que precisa del obrar aún “misterioso”, pero que no aliena, no impone y conjuga sus ideales más profundos en la libertad que genera generosidad y corresponsabilidad con la sociedad. En ese sentido, alejar de doctrinas que sirvan a las deformaciones en las profesiones religiosas, como las manifestaciones “idólatras” o “extremistas”, cargadas de actos mortales justificados por una supuesta intervención divina, es tarea del filósofo. El filósofo en la praxis como transformador de la realidad, es decir como Aristóteles propone un espíritu mediador.

Apreciaciones y directrices de la acción filosófica.

        En el apartado anterior, hablamos principalmente del ser del filósofo, la vía mediática de Aristóteles, y la labor continua del filósofo por rescatar la valía de las cosas en general y desde qué puntos complementa su acción transformadora a la realidad en la que es, se mueve y trasciende de suyo.

En este apartado, profundizaremos precisamente en el ser del filósofo como un ser que transforma, sean ya las estructuras morales, instituciones o personas físicas que sufren una “alteración” en su plataforma ontológica-esencial.

Lo que le debería preocupar a un filósofo, desde mi punto de vista, es verdaderamente saber filosofar y ser práctico para resolver cuestiones de la realidad. El filósofo por vocación humana constituida sustancialmente por la razón, es capaz de hacer preguntas, como lo diría Heidegger acerca de las preguntas por el ser en su obra Sein und Zeit (1927). La pregunta es un método efectivo que indaga sobre lo verdadero, lo falso, define esencialmente las cosas y le da auge a la realidad universal. Clave para la transformación que realiza el filósofo parte en efecto de la pregunta, que, procedente de una duda resuelve la misma, y en la consecución de diversas dudas resueltas, también adquiere respuestas efectivas y prácticas a su realidad. Como por ejemplo, el método socrático de la mayéutica, posee una riqueza de alto grado dada su continua acción-reacción, estimulo de pregunta-respuesta, para concatenar ideas, clarificar datos de la realidad y definir conceptos. Cuando el filósofo se pregunta cómo entender un fenómeno social, un comportamiento humano, o realizar un compendio histórico sobre la vida política de un determinado país, necesariamente planteará las preguntas clave, para buscar las respuestas fundamentales que le orienten en su acción de filósofo práctico.

Ahora bien, la acción transformadora del filósofo que utiliza la pregunta como medio para develar verdades y orientar acciones, precisa tener espacios únicos, que sean fijos y a la vez accesibles para tomar un papel de inclusión con los fines hacia los cuales se pretende realizar la empresa transformadora. Como mencionaba anteriormente el filósofo por vocación, además de poseer razón posee también en sí una parte afectiva-sensible. La transformación sobre la cual habrá un filósofo de plantear su proyección hacia sí mismo o hacia los demás, debe partir del conocimiento personal de manera profunda. Lo que Sócrates llamaría como un “constante examen de la vida”. La vida que asume un estudiante de filosofía por ejemplo, ha de llevarle a confrontarse con su propia historia, y entre análisis, reflexiones, analogías y el continuo devenir del pensamiento, buscará el orden que necesita su propia existencia. De aquí es de donde parten los grandes ideales, los grandes proyectos, los enormes esfuerzos por  la búsqueda de justicia, y las convicciones profundas que dinamizan individuos, instituciones o círculos sociales a operar de acuerdo a sus fines.

Por ejemplo cuando los líderes revolucionarios campesinos y políticos buscaron un cambio de mentalidad en el gobierno de Porfirio Díaz, transcurrido el primer decenio del siglo XX en México,  este se consiguió a base de confrontaciones, debates y enfrentamientos (muchos de ellos cruentos), que partían de un conocimiento de la realidad social que acaecía en ese tiempo para la sociedad mexicana. De esto podríamos agregar que Díaz obró como quien perdió en algún momento de su carrera como líder político, el conocimiento de su pasado histórico, y trató de justificar su acción emprendedora y autoritaria con una visión muy buena de la apertura a globalización de su tiempo, pero olvidando que su pueblo necesitaba antes resolver cuestiones del pasado.

Conclusión

       La labor transformadora del filósofo como se aprecia por tanto, es llevar al conocimiento de hechos, de datos que sean reflexionados desde la lógica cambiante de la complejidad humana, pero atribuyendo siempre fines claros a los cuales orientar las pautas de operación, es decir, la teoría de cualquier ciencia debe pasar por el filtro de la práxis, para equilibrar, desde la visión del filósofo de Estagira la relación entre las preguntas fundamentales que Kant argumentaría en sus grandes obras sobre la metafísica, la razón, los juicios, y los deberes en los que se halla inmerso el ser humano: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? Y ¿Qué me cabe esperar? Con estas cuestiones el filósofo podrá responder qué y quién es el hombre del tiempo que en el que le toca ser y existir.






BIBLIOGRAFÍA:
·       Habermas, el Discurso filosófico de la modernidad. Doc. Pdf.
·       Ángel C. Correa, “Lecturas escogidas de Jacques Maritain, Visión general de filosofía política y social “, Ed. Humanismo Integral.
·       ¿Qué es la Filosofía Aplicada? FILOSOFÍA APLICADA: DE LA FILOSOFÍA PRÁCTICA A LA PRÁCTICA FILOSÓFICA. Publicado en Conexiones. Educación a distancia UVAQ. No. 5 (2009) Pp. 26-31
·       Achebach, “¿Qué es la filosofía práctica?, El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es





[1] Cfr. Habermas, el Discurso filosófico de la modernidad. Pág. 16
[2] Cfr. Angel, C. Correa, “Lecturas escogidas de Jacques Maritain, Visión general de filosofía política y social “, Ed. Humanismo Integral, Pág. 8.
[3] Cfr. Habermas, Jurgen, el Discurso filosófico de la modernidad. Pág. 395

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