Edgar Morín y el paradigma de la educación.
Por: Sergio Dominguez C.
El
enfoque educativo necesita obligadamente educadores. La situación de la
educación cambiante y sus agentes en co-recíproca operatividad, es un fenómeno
y un espectáculo complejo respectivamente. Crece -de manera latente y unívoca a
diversos sistemas sociales- la urgencia de que la educación en casa y en la
escuela forme “personas críticas y
reflexivas” más que “personas competentes y poco humanas”; pues, sin demeritar
la segunda postura, hay que admitir que una formación de este estilo provoca
que muchos seres humanos se vayan perdiendo de en las ideas y las teorías, y se
mira menos la practicidad en la que se halla inmerso el común de la población
de un país, peor aún, logra que pensamientos rigoristas, dogmáticos o
autoritarios, competencias no sanas que imperen y cometan fuertes injusticias
en contra de las porciones sociales con menos incidencia en la vida crítica-reflexiva
sobre los acontecimientos de la historia de su país.
Edgar
Morín (1921- ), sociólogo y antropólogo francés, encuentra a través de su
experiencia de vida, una filosofía que puede iluminar la autenticidad del
paradigma de la educación. Tal como lo toma del autor Roberto en su libro
esencial “Con la cabeza bien puesta”, concibe que la educación es la “puesta en
práctica de los medios necesarios para asegurar la formación y el desarrollo e
un ser humano..."[1] y en efecto esto alude a
lo que conocemos como proceso o camino de reflexión. Actitud constante de la cual podríamos responder mejor a la
“complejidad” –término utilizado por Morín para expresar la situación cambiante
del hombre- que presenta la realidad en el paradigma de la educación.
Además, Morín intuye
–desde su experiencia- un camino hacia una nueva “humanización” desde el
individuo en sí mismo; es así que, algunos puntos de su libro “Los 7 saberes
para la educación del futuro”[2], vale la pena extraer y poner en la mesa de
reflexión, sobre todo, y con pertinencia de carácter urgente, para los
docentes, los educadores de nuestro tiempo.
“Los 7 saberes para la
educación del futuro”: una propuesta que reforma la educación.[3]
Cuando
hacemos un acercamiento a la obra de Morín, nos damos cuenta que pretende única
y esencialmente exponer problemas centrales o fundamentales que permanecen por
completo ignorados u olvidados y que son necesarios para enseñar en el próximo
siglo.
Según
Morín, en su primer capítulo trata de evidenciar un problema que –considerándolo
objetivamente- atañe a muchos niveles de la sociedad, ya sea desde los propios
gobernantes –muy ad hoc a la
situación crítica de credibilidad y acción que atraviesa nuestro país- ,
maestros, alumnos, instancias de gobernación, miembros del sistema de salud,
etc. Se trata de las cegueras del conocimiento que tienen su raíz en el error y
la ilusión. Ambos términos entendidos en la realidad como entidades atributivas
de lo insostenible, lo imaginario, lo irrealizable. Muchas veces, partiendo de
supuestos que “en teoría” ya deberían estar implementándose con dadivosa
intención a diversos niveles de la sociedad. Y es que, es más fácil llegar a la
visión ilusoria de un objetivo que lograrlo.
A fin de cuentas en este primer capítulo,
subraya la aterradora visión de la “inconsciencia” del hombre del siglo XX y aún
del presente siglo, que lo ha llevado a “sufrimientos y desorientaciones” a
causa de errores e ilusiones plasmadas en actos aterradores.
Es
preciso mencionar el orden lógico en el que el humanista francés ha planteado
realizar la reflexión de la situación educativa. Este queda esquematizado de la
siguiente manera:
1. LAS
CEGUERAS DEL CONOCIMIENTO: EL ERROR Y LA ILUSIÓN.
2. LOS
PRINCIPIOS DE UN CONOCIMIENTO PERTINENTE.
3. ENSEÑAR
LA CONDICIÓN HUMANA.
4. ENSEÑAR
LA IDENTIDAD TERRENAL.
5. ENFRENTAR
LAS INCERTIDUMBRES.
6. ENSEÑAR
LA COMPRENSIÓN.
7. LA
ÉTICA DEL GÉNERO HUMANO.
La
primera orientación, de la cual hablábamos anteriormente, sobre las cegueras
que se presentan desde el error y la ilusión, continúan situando la urgencia
con la que el texto de Morín se encuentra redactado: es necesario encaminar al
hombre hacia conocimientos que cada vez más sean pertinentes, en otras
palabras, significa situar al hombre como humano que parta de convicciones
fundamentales, nunca pasivas, ni relativistas, sino de conceptos que hacen
mirar los ideales del bien común y de la posibilidad de un bien mejor, no de
perfeccionismos, sí de esfuerzo humano por mejorar.
La consecución de capítulos que establece Morín, como lo
planteamos anteriormente, tiene su razón de ser en la propuesta de “saber” para
algo, y ese algo contundentemente es lograr una identidad, de un ser humano más
en favor de la donación (Cap. III Enseñar la condición humana); el educador
debe hacerlo actuar y pensar con relación al mundo real (Cap. IV Enseñar la
identidad terrenal) y que sepa hacer frente a los paradigmas espontáneos e
inesperados desde una convicción decidida, puesta en común, transformante de la
propia historia (Cap. V Enfrentar las incertidumbres).
En
los capítulos VI Morín señala con tajante afirmación - que nos sirve para
reflexionar sobre la plataforma desde donde podemos educar generaciones
futuras- “el problema de la comprensión se ha vuelto crucial para los humanos.
Y por esta razón debe ser una de las finalidades de la educación para el
futuro”[4].
Es necesario, formar en la comprensión.
El planteamiento que realiza Morín en torno a
la complejidad de formar seres humanos hoy, nos hace pensar en el cómo y porqué desde los núcleos formadores que conocemos en la etapa del ser humano:
la familia, la sociedad y agregaría el “propio yo” (como ser racional que se
llena de experiencias, y aprehende según su propio horizonte de pensamiento y
conocimiento).
Finalmente,
el capítulo VII del libro, grosso modo, sitúa la reflexión de la formación y la
educación, como un papel que le atañe directamente a la conciencia, que parte
de una relación intrínseca e indisoluble entre la triada
individuo-sociedad-especie. En otras palabras, la ética del género humano busca
el “desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones
comunitarias y del sentido de pertenencia a la especie humana”.[5]
Conclusión.
Desde
esta concepción de pertenencia a “ser alguien entre otros” dirían los filósofos
de la alteridad del siglo XX, es posible que los alcances y las cualidades
entre individuos logren la conjunción, para lograr el mejoramiento de los
sistemas educativos. Ahora ya no se responsabiliza de las situaciones a un solo
sujeto, sino más bien es la “comunitareidad autónoma” lo que impera, lo que
sustenta y lo que resuelve la complejidad; para Morín, se convierte en un
estilo que “reforma” la realidad del ser humano de cualquier tiempo, y es
posible para cuantos nos dedicamos a la labor educativa, reflexionar, y
responder con libertad, conciencia y coherencia, a las problemáticas complejas
y cambiantes de nuestra sociedad, misma que es necesaria que exista, pues
explica en sí, la “esencia” de la autenticidad ontológica de cada ser humano.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DE
APOYO.
- Edgar Morín, “Con la cabeza
bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento”, ed. Visión, 1ª
edición , 5ta reimpresión, Buenos Aires, 2002.
- - E. Morín, “Los 7 saberes para
la educación del futuro”, UNESCO, 1999, Paris.
-
Emmanuel Lemieux, Edgar Morin.
Vida y obra de un pensador incorformista, Traducción de M. Serrat. Kairós.
Barcelona, 2011. 544 páginas, 35 euros.BERNABÉ
SARABIA | 25/03/2011 | http://www.elcultural.es/revista/letras/Edgar-Morin-Vida-y-obra-de-un-pensador-incorformista/28893
(Consultada: 09/12/2014)
- - Cátedra itinerante UNESCO
“Edgar Morín”, ONUECC,
http://www.ciuem.info/inicio/qui%C3%A9n-es-edgar-morin/
(Consultada 09/12/14)
[1] Cfr. Edgar Morín, “Con la cabeza bien puesta. Repensar la reforma.
Reformar el pensamiento”, ed. Visión, 1ª edición , 5ta reimpresión, Buenos
Aires, 2002.
[2] Una contribución de Morín para la UNESCO, y la reflexión en torno a
la diversidad en el campo de la educación. Cómo educar para un futuro
sostenible.
[3] Cfr. E. Morín, “Los 7 saberes para la educación del futuro”,
UNESCO, 1999, Paris.
[4] Ibid. Pág. 51
[5] Ibid. Pág. 59
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