DESPIERTA UN VIEJO CONOCIDO.
(El anticlericalista)
Por: Sergio Domínguez Campos
Eran las tres de la madrugada y algo no me dejaba dormir. Durante ya casi largos tres años sentía un malestar que asaltaba momentos en mi mente y en mi interior. A veces repuntaba en mi pensamiento, otras lo olvidaba, ni lo recordaba. Pero ahí estaba, ese malestar que no satisfacía mis días, peor aún, mis noches; un malestar de aquellos que tienen apellido de "desconocido" y voz de "pesadumbre".. Olor a misterio y centrifuga confusión en medio de lo cotidiano. Ahí estaba ese malestar, que incomprendido a mi razón, tarde o temprano rosaría en los albores de mi conciencia. Esa era la esperanza.
Olía a coraje pero se sentía como un impotente monstruo con el cual llorar, la necedad de quien lo posee y apabulla, contagia y envenena. Busqué en el buró de mis recuerdos, exacerbado e insistente aparecía un pequeño pasado; diminuto pero no por ello ajeno o superfluo...había unos personajes de hablar centelleante y dulce, pero de amargo sabor. Busqué y busqué, y me buscaban los días y las noches, los momentos y los livianos recuerdos. Me buscaba el presente -porque él es el único sobreviviente de los instantes y el tiempo que necesitamos- , con una sonrisa en la sumisión, más una mueca en el humillado acontecer...estaba ahí, ese malestar; y gritaba, jadeaba de contento por encontrarme...y no le escuchaba aún.
¿Un fenómeno del pasado surgiendo en el presente? ¡No otra vez!, ahora por qué... ¡No! Más bien se trataba de un viejo conocido, que no por viejo resultaba débil u olvidado, sino extrañado y molesto conmigo. De cuántas noches no habíamos sido buenos compañeros, de cuántos olvidos no le habríamos herido él y yo...un viejo conocido pero un "siempre joven" acompañante en el silencio y en la confusión. Pregunté yo: Pero ¿Cómo es posible que regresaras? ¿Acaso no era mejor tu exilio, ese al cual yo mismo te arrojé para que vivieras en la paz del que ignora, del que calla, del que no cuestionaría? Ciertamente -dije con nerviosismo- tú tendrías grandes expectativas de mi porvenir, tanto de mi próxima escala, cualquiera que fuese. Y lo agradezco. Pero... -Interrumpió con gallardía- ¿Qué no ves la cobardía en la que te han metido? ¿Acaso no era mejor el diálogo en el que lográbamos descifrar eso que a ambos nos hacía felices? - repuse inmediatamente- Tienes razón...algo nos hacía felices: la realidad. En su justa medida.
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