domingo, 15 de julio de 2018

PENSAMIENTOS.

“Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo”

Por: Sergio Domínguez C.


“Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo” repetía solemnemente aquel viejo sacerdote del pueblo durante una homilía, al darse cuenta del paso de los años y reflexionar sobre su propia vida. Nunca olvidé aquella frase cuando yo apenas era un infante.

Una tarde, reflexionando y caminando por el parque, me di cuenta de que en efecto, había crecido y los años habían pasado casi sin darme cuenta; ahora, empezaba a evidenciar que mi cabello era blanco, mis hijos habían crecido y poco sabía de ellos, quizá a veces me visitaban y sonreían al verme decir alguna palabra. Comencé a hacer conciencia de mi presente. Así también, con regularidad sentía cada vez más los achaques y dolores naturales de un cuerpo débil, albergue de un sinfín de enfermedades a lo largo de mi vida, como si fuera un pañuelo viejo y sucio, desde las pequeñas gripes hasta aquellos primeros síntomas de una presión alta, y una diabetes que cuidar todos los días.

Me parecía sorprendente ver el cambio de aquella ciudad campirana en la que crecí, y ahora verla transformada como una gran ciudad repleta de edificios modernos y de puentes extravagantes, con muchos más automóviles y un sinfín de nuevas tiendas. Con cuánto trabajo y dedicación hubo de construirse, pero ¿Qué tan rápido pasó todo esto? Recordaba también lo difícil de la guerra, y las diferencias entre las naciones, que muchas veces nos llegaban a través del radio y los periódicos, luego de la T.V., contemplaba con asombro y con profunda tristeza todo el mal que había dejado a su paso el conflicto bélico de mi país.

No recuerdo haberme encontrado en un momento como este; por tanto, seguí reflexionando sobre mi historia: recordé cuan hermosos habían sido mis años de infancia, y cuántas personas habían intervenido en mi vida: mis abuelos, padres, hermanos, primos, tíos, tías, maestros, vecinos, amigos, mi esposa e hijos, entre otros. Todos ellos, me habían enseñado algo, todas las experiencias con los que iba recordando en ese momento me reportaban un conocimiento de la propia vida. Entonces comencé a sonreír, porque recordé que también pude dejarles una parte de mi persona, quizá con más de alguno tuve diferencias -no con pocos algún malentendido-, pero ahora que me encontraba solo y reflexionando, alcancé a descubrir que aunque hubiesen existido esas diferencias y vicisitudes, siempre fueron una enseñanza de tajo para nuestras vidas.

Empecé a reconocer -aunque con retardo-  que yo era portador de dos grandes riquezas: sabiduría y memoria. En aquel momento volvieron las palabras de aquel viejo sacerdote de mi pueblo natal, y comprendía mejor el sentido de lo que había mencionado a aquella pequeña congregación de feligreses: por un lado, la sabiduría no es el conocimiento perfecto de las cosas, ni vivir sin errores en la vida, ¡No!, de ninguna manera. Me di cuenta que la sabiduría es aquello que nos abre a vivir nuestra propia vida con inteligencia y con sentido real y por lo tanto, podemos transmitir nuestra experiencia de vida a los demás; por el otro, la memoria es la capacidad que se traduce en la reconstrucción de los hechos del pasado, traídos al presente, para que como seres humanos seamos conscientes de que ocupamos un lugar en el tiempo y en el espacio, y eso también se puede compartir a los demás.

Por eso cada vez que viene a mi mente aquella frase de ese viejo y sabio sacerdote “Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo”, me recuerda que cada instante en esta vida, es importante; que cada momento para compartir con los demás es vida que transmite lo que somos, y finalmente, que cada día que sigo vivo, es una oportunidad para agradecer a Dios por el don de mi vida, que es signo de sabiduría y memoria para el mundo.



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