lunes, 30 de julio de 2018

PENSAMIENTOS

DESPIERTA UN VIEJO CONOCIDO.

(El anticlericalista)



Por: Sergio Domínguez Campos

Eran las tres de la madrugada y algo no me dejaba dormir. Durante ya casi largos tres años sentía un malestar que asaltaba momentos en mi mente y en mi interior. A veces repuntaba en mi pensamiento, otras lo olvidaba, ni lo recordaba. Pero ahí estaba, ese malestar que no satisfacía mis días, peor aún, mis noches; un malestar de aquellos que tienen apellido de "desconocido" y voz de "pesadumbre".. Olor a misterio y centrifuga confusión en medio de lo cotidiano. Ahí estaba ese malestar, que incomprendido a mi razón, tarde o temprano rosaría en los albores de mi conciencia. Esa era la esperanza.

Olía a coraje pero se sentía como un impotente monstruo con el cual llorar, la necedad de quien lo posee y apabulla, contagia y envenena. Busqué en el buró de mis recuerdos, exacerbado e insistente aparecía un pequeño pasado; diminuto pero no por ello ajeno o superfluo...había unos personajes de hablar centelleante y dulce, pero de amargo sabor. Busqué y busqué, y me buscaban los días y las noches, los momentos y los livianos recuerdos. Me buscaba el presente -porque él es el único sobreviviente de los instantes y el tiempo que necesitamos- , con una sonrisa en la sumisión, más una mueca en el humillado acontecer...estaba ahí, ese malestar; y gritaba, jadeaba de contento por encontrarme...y no le escuchaba aún.

¿Un fenómeno del pasado surgiendo en el presente? ¡No otra vez!, ahora por qué... ¡No! Más bien se trataba de un viejo conocido, que no por viejo resultaba débil u olvidado, sino extrañado y molesto conmigo. De cuántas noches no habíamos sido buenos compañeros, de cuántos olvidos no le habríamos herido él y yo...un viejo conocido pero un "siempre joven" acompañante en el silencio y en la confusión. Pregunté yo: Pero ¿Cómo es posible que regresaras? ¿Acaso no era mejor tu exilio, ese al cual yo mismo te arrojé para que vivieras en la paz del que ignora, del que calla, del que no cuestionaría? Ciertamente -dije con nerviosismo-  tú tendrías grandes expectativas de mi porvenir, tanto de mi próxima escala, cualquiera que fuese. Y lo agradezco. Pero... -Interrumpió con gallardía- ¿Qué no ves la cobardía en la que te han metido? ¿Acaso no era mejor el diálogo en el que lográbamos descifrar eso que a ambos nos hacía felices? - repuse inmediatamente- Tienes razón...algo nos hacía felices: la realidad. En su justa medida. 


jueves, 26 de julio de 2018

PENSAMIENTOS.

"...de lo que callamos."


Por: Sergio Domínguez Campos.



Son detalles, son suspiros, son momentos. Aquello de lo que quisiéramos tomar un satélite sonoro, un eco interminable para publicar a cualquier persona que pudiera escucharlo. Son silencios, algunos recios, otros más tremendos, pero todos son innegables, imprescindibles, silencios que rompen y hunden en la confusión de pensamiento que hacia fuera...de lo que callamos.

Muchas veces sentimos lo que no queríamos, pero en ornamentada pesadumbre decidimos un no; un no de instantes y de eternidades. Por la voluntad, más por cobardía, tanto por miedo...de lo que callamos.

Son despedidas, son ulteriores esperanzas fortuitas, son palabrerías. Cuando despertamos miramos el techo, miramos incertidumbres. Roza en nosotros la verdad del que obra según su inteligencia, pero siempre mantenemos incompleta nuestra expresión...de lo que callamos.

Se van las ridiculeces y las osadías. Se encubren las intenciones precoces, infantiles. Se quedan los pensamientos como redobles de tambor en un constante ritmo de inacabable envergadura, de vertiginosa soledad. Son suspiros...de lo que callamos

domingo, 15 de julio de 2018

PENSAMIENTOS.

“Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo”

Por: Sergio Domínguez C.


“Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo” repetía solemnemente aquel viejo sacerdote del pueblo durante una homilía, al darse cuenta del paso de los años y reflexionar sobre su propia vida. Nunca olvidé aquella frase cuando yo apenas era un infante.

Una tarde, reflexionando y caminando por el parque, me di cuenta de que en efecto, había crecido y los años habían pasado casi sin darme cuenta; ahora, empezaba a evidenciar que mi cabello era blanco, mis hijos habían crecido y poco sabía de ellos, quizá a veces me visitaban y sonreían al verme decir alguna palabra. Comencé a hacer conciencia de mi presente. Así también, con regularidad sentía cada vez más los achaques y dolores naturales de un cuerpo débil, albergue de un sinfín de enfermedades a lo largo de mi vida, como si fuera un pañuelo viejo y sucio, desde las pequeñas gripes hasta aquellos primeros síntomas de una presión alta, y una diabetes que cuidar todos los días.

Me parecía sorprendente ver el cambio de aquella ciudad campirana en la que crecí, y ahora verla transformada como una gran ciudad repleta de edificios modernos y de puentes extravagantes, con muchos más automóviles y un sinfín de nuevas tiendas. Con cuánto trabajo y dedicación hubo de construirse, pero ¿Qué tan rápido pasó todo esto? Recordaba también lo difícil de la guerra, y las diferencias entre las naciones, que muchas veces nos llegaban a través del radio y los periódicos, luego de la T.V., contemplaba con asombro y con profunda tristeza todo el mal que había dejado a su paso el conflicto bélico de mi país.

No recuerdo haberme encontrado en un momento como este; por tanto, seguí reflexionando sobre mi historia: recordé cuan hermosos habían sido mis años de infancia, y cuántas personas habían intervenido en mi vida: mis abuelos, padres, hermanos, primos, tíos, tías, maestros, vecinos, amigos, mi esposa e hijos, entre otros. Todos ellos, me habían enseñado algo, todas las experiencias con los que iba recordando en ese momento me reportaban un conocimiento de la propia vida. Entonces comencé a sonreír, porque recordé que también pude dejarles una parte de mi persona, quizá con más de alguno tuve diferencias -no con pocos algún malentendido-, pero ahora que me encontraba solo y reflexionando, alcancé a descubrir que aunque hubiesen existido esas diferencias y vicisitudes, siempre fueron una enseñanza de tajo para nuestras vidas.

Empecé a reconocer -aunque con retardo-  que yo era portador de dos grandes riquezas: sabiduría y memoria. En aquel momento volvieron las palabras de aquel viejo sacerdote de mi pueblo natal, y comprendía mejor el sentido de lo que había mencionado a aquella pequeña congregación de feligreses: por un lado, la sabiduría no es el conocimiento perfecto de las cosas, ni vivir sin errores en la vida, ¡No!, de ninguna manera. Me di cuenta que la sabiduría es aquello que nos abre a vivir nuestra propia vida con inteligencia y con sentido real y por lo tanto, podemos transmitir nuestra experiencia de vida a los demás; por el otro, la memoria es la capacidad que se traduce en la reconstrucción de los hechos del pasado, traídos al presente, para que como seres humanos seamos conscientes de que ocupamos un lugar en el tiempo y en el espacio, y eso también se puede compartir a los demás.

Por eso cada vez que viene a mi mente aquella frase de ese viejo y sabio sacerdote “Crecí y mis años son sabiduría y memoria para el mundo”, me recuerda que cada instante en esta vida, es importante; que cada momento para compartir con los demás es vida que transmite lo que somos, y finalmente, que cada día que sigo vivo, es una oportunidad para agradecer a Dios por el don de mi vida, que es signo de sabiduría y memoria para el mundo.



lunes, 9 de julio de 2018

SOBRE EDUCACIÓN


Edgar Morín y el paradigma de la educación.


Por: Sergio Dominguez C.


El enfoque educativo necesita obligadamente educadores. La situación de la educación cambiante y sus agentes en co-recíproca operatividad, es un fenómeno y un espectáculo complejo respectivamente. Crece -de manera latente y unívoca a diversos sistemas sociales- la urgencia de que la educación en casa y en la escuela  forme “personas críticas y reflexivas” más que “personas competentes y poco humanas”; pues, sin demeritar la segunda postura, hay que admitir que una formación de este estilo provoca que muchos seres humanos se vayan perdiendo de en las ideas y las teorías, y se mira menos la practicidad en la que se halla inmerso el común de la población de un país, peor aún, logra que pensamientos rigoristas, dogmáticos o autoritarios, competencias no sanas que imperen y cometan fuertes injusticias en contra de las porciones sociales con menos incidencia en la vida crítica-reflexiva sobre los acontecimientos de la historia de su país.

Edgar Morín (1921- ), sociólogo y antropólogo francés, encuentra a través de su experiencia de vida, una filosofía que puede iluminar la autenticidad del paradigma de la educación. Tal como lo toma del autor Roberto en su libro esencial “Con la cabeza bien puesta”, concibe que la educación es la “puesta en práctica de los medios necesarios para asegurar la formación y el desarrollo e un ser humano..."[1] y en efecto esto alude a lo que conocemos como proceso o camino de reflexión. Actitud constante de  la cual podríamos responder mejor a la “complejidad” –término utilizado por Morín para expresar la situación cambiante del hombre- que presenta la realidad en el paradigma de la educación.

Además, Morín intuye –desde su experiencia- un camino hacia una nueva “humanización” desde el individuo en sí mismo; es así que, algunos puntos de su libro “Los 7 saberes para la educación del futuro”[2],  vale la pena extraer y poner en la mesa de reflexión, sobre todo, y con pertinencia de carácter urgente, para los docentes, los educadores de nuestro tiempo.

“Los 7 saberes para la educación del futuro”: una propuesta que reforma la educación.[3]

Cuando hacemos un acercamiento a la obra de Morín, nos damos cuenta que pretende única y esencialmente exponer problemas centrales o fundamentales que permanecen por completo ignorados u olvidados y que son necesarios para enseñar en el próximo siglo.

Según Morín, en su primer capítulo trata de evidenciar un problema que –considerándolo objetivamente- atañe a muchos niveles de la sociedad, ya sea desde los propios gobernantes –muy ad hoc a la situación crítica de credibilidad y acción que atraviesa nuestro país- , maestros, alumnos, instancias de gobernación, miembros del sistema de salud, etc. Se trata de las cegueras del conocimiento que tienen su raíz en el error y la ilusión. Ambos términos entendidos en la realidad como entidades atributivas de lo insostenible, lo imaginario, lo irrealizable. Muchas veces, partiendo de supuestos que “en teoría” ya deberían estar implementándose con dadivosa intención a diversos niveles de la sociedad. Y es que, es más fácil llegar a la visión ilusoria de un objetivo que lograrlo.

A fin de cuentas en este primer capítulo, subraya la aterradora visión de la “inconsciencia” del hombre del siglo XX y aún del presente siglo, que lo ha llevado a “sufrimientos y desorientaciones” a causa de errores e ilusiones plasmadas en actos aterradores.
Es preciso mencionar el orden lógico en el que el humanista francés ha planteado realizar la reflexión de la situación educativa. Este queda esquematizado de la siguiente manera:

1.     LAS CEGUERAS DEL CONOCIMIENTO: EL ERROR Y LA ILUSIÓN.
2.     LOS PRINCIPIOS DE UN CONOCIMIENTO PERTINENTE.
3.     ENSEÑAR LA CONDICIÓN HUMANA.
4.     ENSEÑAR LA IDENTIDAD TERRENAL.
5.     ENFRENTAR LAS INCERTIDUMBRES.
6.     ENSEÑAR LA COMPRENSIÓN.
7.     LA ÉTICA DEL GÉNERO HUMANO.

La primera orientación, de la cual hablábamos anteriormente, sobre las cegueras que se presentan desde el error y la ilusión, continúan situando la urgencia con la que el texto de Morín se encuentra redactado: es necesario encaminar al hombre hacia conocimientos que cada vez más sean pertinentes, en otras palabras, significa situar al hombre como humano que parta de convicciones fundamentales, nunca pasivas, ni relativistas, sino de conceptos que hacen mirar los ideales del bien común y de la posibilidad de un bien mejor, no de perfeccionismos, sí de esfuerzo humano por mejorar.

La consecución de capítulos que establece Morín, como lo planteamos anteriormente, tiene su razón de ser en la propuesta de “saber” para algo, y ese algo contundentemente es lograr una identidad, de un ser humano más en favor de la donación (Cap. III Enseñar la condición humana); el educador debe hacerlo actuar y pensar con relación al mundo real (Cap. IV Enseñar la identidad terrenal) y que sepa hacer frente a los paradigmas espontáneos e inesperados desde una convicción decidida, puesta en común, transformante de la propia historia (Cap. V Enfrentar las incertidumbres).

En los capítulos VI Morín señala con tajante afirmación - que nos sirve para reflexionar sobre la plataforma desde donde podemos educar generaciones futuras- “el problema de la comprensión se ha vuelto crucial para los humanos. Y por esta razón debe ser una de las finalidades de la educación para el futuro”[4]. Es necesario, formar en la comprensión.

El planteamiento que realiza Morín en torno a la complejidad de formar seres humanos hoy, nos hace pensar en el cómo y porqué desde los núcleos formadores que conocemos en la etapa del ser humano: la familia, la sociedad y agregaría el “propio yo” (como ser racional que se llena de experiencias, y aprehende según su propio horizonte de pensamiento y conocimiento).

Finalmente, el capítulo VII del libro, grosso modo, sitúa la reflexión de la formación y la educación, como un papel que le atañe directamente a la conciencia, que parte de una relación intrínseca e indisoluble entre la triada individuo-sociedad-especie. En otras palabras, la ética del género humano busca el “desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia a la especie humana”.[5]

Conclusión.
Desde esta concepción de pertenencia a “ser alguien entre otros” dirían los filósofos de la alteridad del siglo XX, es posible que los alcances y las cualidades entre individuos logren la conjunción, para lograr el mejoramiento de los sistemas educativos. Ahora ya no se responsabiliza de las situaciones a un solo sujeto, sino más bien es la “comunitareidad autónoma” lo que impera, lo que sustenta y lo que resuelve la complejidad; para Morín, se convierte en un estilo que “reforma” la realidad del ser humano de cualquier tiempo, y es posible para cuantos nos dedicamos a la labor educativa, reflexionar, y responder con libertad, conciencia y coherencia, a las problemáticas complejas y cambiantes de nuestra sociedad, misma que es necesaria que exista, pues explica en sí, la “esencia” de la autenticidad ontológica de cada ser humano.




BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES DE APOYO.

-      Edgar Morín, “Con la cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento”, ed. Visión, 1ª edición , 5ta reimpresión, Buenos Aires, 2002.


-                  -                   E. Morín, “Los 7 saberes para la educación del futuro”, UNESCO, 1999, Paris.

-        Emmanuel Lemieux, Edgar Morin. Vida y obra de un pensador incorformista, Traducción de M. Serrat. Kairós. Barcelona, 2011. 544 páginas, 35 euros.BERNABÉ SARABIA | 25/03/2011 | http://www.elcultural.es/revista/letras/Edgar-Morin-Vida-y-obra-de-un-pensador-incorformista/28893 (Consultada: 09/12/2014)

-                     -              Cátedra itinerante UNESCO “Edgar Morín”,  ONUECC,




[1] Cfr. Edgar Morín, “Con la cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento”, ed. Visión, 1ª edición , 5ta reimpresión, Buenos Aires, 2002.
[2] Una contribución de Morín para la UNESCO, y la reflexión en torno a la diversidad en el campo de la educación. Cómo educar para un futuro sostenible.
[3] Cfr. E. Morín, “Los 7 saberes para la educación del futuro”, UNESCO, 1999, Paris.
[4] Ibid. Pág. 51
[5] Ibid. Pág. 59

sábado, 7 de julio de 2018

DE FILOSOFÍA Y POLÍTICA


El filósofo como experto en el dialogo con la realidad.

Por: Sergio Domínguez  C.


Introducción.

La complejidad de un mundo como el de hoy es una realidad que inevitablemente el ser de este tiempo debe enfrentar y de la cual necesariamente hacer reflexión. Reflexión y diálogo, entendimiento y comprensión de los sucesos históricos, de la novedad continua que de vanguardia se presenta como impenetrable para el común de las personas, es decir, a cada hombre le corresponde toparse cara a cara – ya lo dijo Levinas en su Ética del rostro- consigo mismo.

Es un hecho, que la sociedad hoy en día ­me refiero a la sociedad latinoamericana particularmente­ se mueve en ciertos ciclos que conviene la pena analizar e iluminar, basándonos en el sistema político del filósofo Estagirita, para quien el hombre es por naturaleza un ser social, es decir, un ser de relaciones, y acuerdos, de responsabilidades, de decisiones pero también de oposiciones entre sí, ya sea por intereses propios o por desviaciones en el ejercicio del poder. La clave para cualquier forma de gobierno, aunque muchas veces sea evidente que no genera las bondades absolutas en sus ciudadanos, será para Aristóteles la estabilidad mediada, el equilibrio de las posiciones sociales respecto a sus fines particulares, sin olvidar por supuesto, que hay una generalidad en cuanto su obrar por la misma sociedad en la que se hallen.

Hemos de entender, que el hombre no debe permanecer frente a la realidad como lo explica el ejemplo del velero, en el cual estando dicho velero en altamar, y ejerciendo su función como debe, antes es coaccionado por los “vientos”- diríamos las corrientes de pensamiento e ideologías políticas, religiosas, etc.- de manera estrepitosa y quitándole toda la precisión para autoregirse, para dominarse en una autonomía edificante, es decir, que la libertad con la que se procede a este encuentro “inteligente y sentiente” de la realidad lanza la condición humana en su conciencia y corporeidad a saberse parte de una realidad de la cual es garante o negligente de elementos para su mejor dinamicidad en el tiempo y el espacio reales. Precisamente la realidad, diría el gran filósofo español X. Zubiri es un encuentro con el sentir, la inteligencia del hombre le debe llevar a saberse un ser que desde su capacidad sensible-sensorial puede captar la realidad y precisar la menesterosidad que conlleva su inmersión activa en ella.

Al mirar la realidad de nuestro mundo y nuestro tiempo presente, somos conscientes como lo diría Hegel en su fenomenología del espíritu, que “nuestro tiempo es un tiempo de nacimiento y de tránsito a un nuevo periodo”.[1] El filósofo, como buscador de las causas últimas, de la verdad que encierran los  acontecimiento sencillos y rutinarios de la vida, tiene una responsabilidad indispensable de realizar para la sociedad, en su “génesis ontológico”, como constitutivo esencial, que le hace ser quien es en medio de la divergencia masiva de seres entitativamente racionales.

Es menester agregar en este apartado, que aquí cabe preguntarse alguna serie de cuestiones interesantes que nos permitan indagar como J. Habermas en el papel que la filosofía tiene dentro de un mundo “postmoderno”, por ejemplo, ¿Por qué el filósofo permanece cada vez más alejado de los sectores educativos básicos en nuestro país? O ¿Desde hace cuánto tiempo se ve que la política  ha centrado su acción en un mero discurso de absurdos repetitivos, de índole patriótico o de proyectos emprendedores bajo la apariencia de “para los más necesitados?, también ¿ Cómo es que la sociedad – al menos la mexicana- hoy en día tiene en sus jóvenes los niveles más altos de baja escolaridad y de un sentido de escuela casi pragmatista-consumista, en el cual se ven las carencias para reflexionar sobre temas de relevancia como la vida, la preservación del ecosistema, la rectitud y transparencia en los cargos gubernamentales los espacios culturales y las relaciones interpersonales?

El cuestionamiento sobre cómo debería de ser la acción del filósofo hoy en día nos hace concluir que, quien en este campo se moviese debe, ante todo, ser un experto en el dialogo con la realidad.

Ética aristotélica: la mediación.

           Es evidente que una persona con las cualidades cognoscitivas para aprehender la realidad y generar una visión holística como Aristóteles, debía tener presente que la radicalización en el ser humano podría llevarle a conseguir limites que nunca pensó pero que quizás tampoco en verdad sabría hacia las consecuencias irreversibles a las que se dirigiría de ser así. De tal manera, que él mismo al observar que en los sistemas sociales existen las clases con mejor posicionamiento económico entre unos y otros, planteaba que la virtud de una estabilidad constante y presente, se llevaría a cabo por la mediación que se hiciera entre estas, en su  contacto con las leyes.  He aquí, que los gobernantes (según la forma de gobierno) debían de poner el centro de su reflexión porque precisamente se habla de dos grupos sociales que poseen una radicalidad en sí misma: pobres y ricos.
La reflexión encaminada desde distintos puntos de vista, podría conducir al auge o a la ruina de un pueblo, y señala Aristóteles con insistencia: “…la propiedad intermedia es la mejor de todas, y a que es la más fácil de someterse a la razón...” (1295 b).

El filósofo como artífice del ser y su valor en la realidad. Incidencia y complementos.

La etapa posmoderna se halla fuertemente trastocada y bastante envenenada por las aguas del hedonismo, el utilitarismo y el pragmatismo desmesurados, a su vez un positivismo arraigado con gran fuerza y específicamente para una determinada porción de la sociedad, especialmente aquella con mayores ventajas en las estructuras de economía. La política crece en necesidades que cubre, sí, desde los propios antecedentes históricos de la nación, hasta las exigencias de un mundo globalizado, y que pide lo que le asemeja a ser como una empresa que genera cada vez más y más necesidades que el hombre de hoy dentro de su asombro y a la vez relativismo da por contada su indispensabilidad de ser o su sin sentido de ser, lo que podríamos llamar una concepción unilateral centrada en el sentido de las cosas, dejando también un aumento considerable al desecho de la parte ontológica-existencial del ser humano. Vivir en una etapa de tanto materialismo y pragmatismo, debería instar la mente del filósofo del siglo XXI para lograr convertirse en un artífice del valor del ser en general, y en ello de los sentidos esenciales del ser humano. 

Jacques Maritain (1882-1973) nos recuerda hablando desde la filosofía política que propone  desde un obrar bajo el presupuesto del bien y de la esperanza, que “La filosofía política es eficaz y eficaz en grado sumo, porque tiene que ver con las esperanzas terrestres de la comunidad humana.”[2] Con lo cual queda plasmada la idea de que dentro del común social el papel del filósofo consiste en dar un aporte significativo y realista para responder a necesidades insoslayables que no sólo se centren en contenidos alejados y elevados para explicar una operación excelsa del ser humano, sino que funcionen en la practicidad de los aspectos que identifican al mismo, como lo son el afecto y la razón.

Ahora bien, si el filósofo además de su capacidad crítica-reflexiva, incluye además en sí una actitud de diálogo y de apertura hacia “el otro”, crece en su posibilidad de que su acción de artífice se convierta en capacidad de comprensión comunitaria, es decir, el alcance al que está llamado hoy en día el filósofo, es el de poder convocar el pensamiento suyo y de otros, luego ponerlo en funcionalidad activa para ser proyectada de la esencia de cada uno hacia la exterioridad en la que se materializa idea-juicio-raciocinio.

Cuando miramos los problemas que existen a nivel organizativo y de comunicación entre los políticos vale la pena preguntarse, hasta qué punto de la situación profesional deja de serlo como tal y entonces entran elementos más subjetivos que ya no corresponden a una lógica razonable, aceptable para pensar en los fines para los cuales surge un ambiente de personas que busquen en la política el bienestar común y la generación de acuerdos mayormente encaminados hacia el progreso de distintos estratos o campos de la sociedad.
Quizá en la visión mediática de Aristóteles encontramos amplias opciones para conducir la política hacia fines reales y posibilitados de ser fines humanizados por la misma mediación, pues evitan los extremos por exceso o por defecto.

La visión de un filósofo, y ya se pensaba en la antigüedad con Platón, es la más apta para gobernar, y esto se debe en gran medida en la capacidad que un filósofo puede hacer para sintetizar las prioridades reales, tomando desde las causas primeras y los elementos lógico-prácticos. Por otro lado, el filósofo puede iluminar la realidad social desde su experiencia y sentido agudo de la ética y la moral. Identifica de manera imparcial e indiscriminadamente los elementos que emergen de una percepción de la realidad desde un punto de vista moral, con un grado sumo de respeto que logra definir y comprender las diferencias entre la moral de la cultura; claro que sin perder los elementos axiológicos fundamentales, los filósofos pueden enseñarle a un político o a un técnico industrial, el sentido vital por el cual tanto una como otra profesión, se ven anestesiadas muchas veces por los “fantasmas” del dinero y de la corrupción, que entonces se pierden los sentidos de un conjunto holístico que integra sociedad, individuos en sus pensamientos y en su obrar. De lo dicho anteriormente me gustaría, señalar que, la necesidad de objetividad y de un toque loable de subjetividad lo encuentra el filósofo cuando en su propia existencia hace la experiencia de indagar en el misterio del pensamiento y de sus consecuencias en la realidad. Probablemente es más fácil que un hecho tan catastrófico como la segunda guerra mundial y todo lo que a su paso dejó, como hecho horroroso y de sufrimiento para toda la generación que lo vivo en propia piel, genere más rápidamente la elaboración de nuevas legislaciones en aras de evitar que se vuelvan a cometer dichos actos “inhumanos”, a que únicamente se generen legislaciones sin hechos precedentes que son el detonante para que las consecuencias de un elemento subjetivo pasen al elemento de la objetivación de ser.

J. Habermas nos habla de la productividad, y la considera un medio efectivo para realizar la propuesta de apertura al mundo y de la aplicación de la praxis transformadora para ayudar los procesos de enseñanza y aprendizaje. [3] Se entiende entonces la iniciativa creadora e innovadora en el mundo que el filósofo está posibilitado y habilitado para realizar: su discurso no es únicamente el de contenidos o teorías alejadas a la praxis cotidiana.

El filósofo por ende, posee en sí una responsabilidad inmanente a su razón y a su espíritu: plantea a la sociedad las vías para actualizar el pensamiento, no desvirtuarlo, sino acrecentarlo. La lógica que utiliza no es ya en un sentido riguroso aristotélico o formal, sino que más bien utiliza la lógica del sentido común, del espíritu que puede transformar antes que estructuras a las personas, la lógica de una filosofía que unifica y no que divida; por ejemplo, la religión, en todas sus manifestaciones debe  ser iluminada por el filósofo cuanto más por su grado de acercamiento con una entidad Suprema que no está alejada sino que precisa del obrar aún “misterioso”, pero que no aliena, no impone y conjuga sus ideales más profundos en la libertad que genera generosidad y corresponsabilidad con la sociedad. En ese sentido, alejar de doctrinas que sirvan a las deformaciones en las profesiones religiosas, como las manifestaciones “idólatras” o “extremistas”, cargadas de actos mortales justificados por una supuesta intervención divina, es tarea del filósofo. El filósofo en la praxis como transformador de la realidad, es decir como Aristóteles propone un espíritu mediador.

Apreciaciones y directrices de la acción filosófica.

        En el apartado anterior, hablamos principalmente del ser del filósofo, la vía mediática de Aristóteles, y la labor continua del filósofo por rescatar la valía de las cosas en general y desde qué puntos complementa su acción transformadora a la realidad en la que es, se mueve y trasciende de suyo.

En este apartado, profundizaremos precisamente en el ser del filósofo como un ser que transforma, sean ya las estructuras morales, instituciones o personas físicas que sufren una “alteración” en su plataforma ontológica-esencial.

Lo que le debería preocupar a un filósofo, desde mi punto de vista, es verdaderamente saber filosofar y ser práctico para resolver cuestiones de la realidad. El filósofo por vocación humana constituida sustancialmente por la razón, es capaz de hacer preguntas, como lo diría Heidegger acerca de las preguntas por el ser en su obra Sein und Zeit (1927). La pregunta es un método efectivo que indaga sobre lo verdadero, lo falso, define esencialmente las cosas y le da auge a la realidad universal. Clave para la transformación que realiza el filósofo parte en efecto de la pregunta, que, procedente de una duda resuelve la misma, y en la consecución de diversas dudas resueltas, también adquiere respuestas efectivas y prácticas a su realidad. Como por ejemplo, el método socrático de la mayéutica, posee una riqueza de alto grado dada su continua acción-reacción, estimulo de pregunta-respuesta, para concatenar ideas, clarificar datos de la realidad y definir conceptos. Cuando el filósofo se pregunta cómo entender un fenómeno social, un comportamiento humano, o realizar un compendio histórico sobre la vida política de un determinado país, necesariamente planteará las preguntas clave, para buscar las respuestas fundamentales que le orienten en su acción de filósofo práctico.

Ahora bien, la acción transformadora del filósofo que utiliza la pregunta como medio para develar verdades y orientar acciones, precisa tener espacios únicos, que sean fijos y a la vez accesibles para tomar un papel de inclusión con los fines hacia los cuales se pretende realizar la empresa transformadora. Como mencionaba anteriormente el filósofo por vocación, además de poseer razón posee también en sí una parte afectiva-sensible. La transformación sobre la cual habrá un filósofo de plantear su proyección hacia sí mismo o hacia los demás, debe partir del conocimiento personal de manera profunda. Lo que Sócrates llamaría como un “constante examen de la vida”. La vida que asume un estudiante de filosofía por ejemplo, ha de llevarle a confrontarse con su propia historia, y entre análisis, reflexiones, analogías y el continuo devenir del pensamiento, buscará el orden que necesita su propia existencia. De aquí es de donde parten los grandes ideales, los grandes proyectos, los enormes esfuerzos por  la búsqueda de justicia, y las convicciones profundas que dinamizan individuos, instituciones o círculos sociales a operar de acuerdo a sus fines.

Por ejemplo cuando los líderes revolucionarios campesinos y políticos buscaron un cambio de mentalidad en el gobierno de Porfirio Díaz, transcurrido el primer decenio del siglo XX en México,  este se consiguió a base de confrontaciones, debates y enfrentamientos (muchos de ellos cruentos), que partían de un conocimiento de la realidad social que acaecía en ese tiempo para la sociedad mexicana. De esto podríamos agregar que Díaz obró como quien perdió en algún momento de su carrera como líder político, el conocimiento de su pasado histórico, y trató de justificar su acción emprendedora y autoritaria con una visión muy buena de la apertura a globalización de su tiempo, pero olvidando que su pueblo necesitaba antes resolver cuestiones del pasado.

Conclusión

       La labor transformadora del filósofo como se aprecia por tanto, es llevar al conocimiento de hechos, de datos que sean reflexionados desde la lógica cambiante de la complejidad humana, pero atribuyendo siempre fines claros a los cuales orientar las pautas de operación, es decir, la teoría de cualquier ciencia debe pasar por el filtro de la práxis, para equilibrar, desde la visión del filósofo de Estagira la relación entre las preguntas fundamentales que Kant argumentaría en sus grandes obras sobre la metafísica, la razón, los juicios, y los deberes en los que se halla inmerso el ser humano: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? Y ¿Qué me cabe esperar? Con estas cuestiones el filósofo podrá responder qué y quién es el hombre del tiempo que en el que le toca ser y existir.






BIBLIOGRAFÍA:
·       Habermas, el Discurso filosófico de la modernidad. Doc. Pdf.
·       Ángel C. Correa, “Lecturas escogidas de Jacques Maritain, Visión general de filosofía política y social “, Ed. Humanismo Integral.
·       ¿Qué es la Filosofía Aplicada? FILOSOFÍA APLICADA: DE LA FILOSOFÍA PRÁCTICA A LA PRÁCTICA FILOSÓFICA. Publicado en Conexiones. Educación a distancia UVAQ. No. 5 (2009) Pp. 26-31
·       Achebach, “¿Qué es la filosofía práctica?, El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es





[1] Cfr. Habermas, el Discurso filosófico de la modernidad. Pág. 16
[2] Cfr. Angel, C. Correa, “Lecturas escogidas de Jacques Maritain, Visión general de filosofía política y social “, Ed. Humanismo Integral, Pág. 8.
[3] Cfr. Habermas, Jurgen, el Discurso filosófico de la modernidad. Pág. 395

jueves, 5 de julio de 2018

DOCENCIA Y EDUCACIÓN


La docencia bajo los pilares de la conciencia de servicio y responsabilidad.

Por: Sergio Domínguez Campos


El fenómeno de la deserción escolar: causas, consecuencias; Reflexión necesaria para generar cambios sociales.

Cuando iniciamos un proyecto, de cualesquier índole, por ejemplo un plan de trabajo para el ciclo anual en una empresa de ventas, o un calendario en donde sistematizamos acontecimientos y los situamos en fechas para tener claro qué es lo que se pretende hacer en una determinada institución, coreemos siempre con el riesgo de que los objetivos se alcancen o no, se cumplan o se desvirtúen, o quizá sean llevados a un buen término, si no de manera perfecta, sí concluidos con la satisfacción de una mejora evidente y plausible. Es necesario pensar en cómo es que dichas proyecciones humanas, pueden tener limitantes, y a veces pueden llegar a ser “fracasos” que obstaculizan no solo el crecimiento de una porción social, sino también de una nación entera.

La deserción escolar, es un término clásico, que se utiliza en efecto, para conceptualizar el momento en que una persona, por determinadas causas se ve obligada a  abandonar –casi siempre de manera no completamente libre- los estudios, y con ello la posibilidad de ser partícipe de todos los beneficios que resultan de la educación formal. Por desgracia en nuestro país, el índice de “deserción escolar es alto”, y generalmente trae como consecuencias De acuerdo con los datos del censo del 2010, [INEGI] en México había en ese año un total de 822,563 adolescentes entre los 15 y los 17 años de edad. De ellos, noasistían a la escuela 269,441, es decir, el 30.5%. Debe destacarse que la inasistencia al bachillerato es mayor entre los hombres que entre las mujeres, pues de los 443,423adolescentes del sexo masculino contabilizados en el 2010, había 140,850 que no estaban inscritos en el nivel de educación media-superior, dato equivalente al 31.8% de ellos.[1]

La situación traída a colación, es un tema de suma importancia y resulta evidente la urgencia por hacer algo para reflexionar y actuar en torno a dicha problemática social. Pero, ¿Cuáles podrían ser las causas y las consecuencias que generan tan incómodo y angustiante momento para algunos estudiantes? ¿La deficiencia se encuentra en el individuo o en la sociedad que le interpela y le afecta? ¿Qué papel ha jugado el gobierno, y qué tanta responsabilidad ha sido en verdad asumida para mejorar la situación?

Estas y otras interrogantes nos surgen e interpelan directamente a quienes estamos ocupados y atentos a las cuestiones de educación, al contemplar con muy poco agrado, la situación real y las consecuencias devastadoras que primero genera al interno de un individuo, y después toda la ola de problemáticas que se derivan de muchas acciones que efectúa el individuo en su propio contexto, familiar, socio-cultural.

Familia, economía y contexto socio cultural como causas de la deserción escolar.

    Cuando miramos el problema de la deserción escolar, es inevitable no mirar también todo lo que atrás de ellos se oculta. Me refiero concretamente a distinguir la situación real de su contexto vital. Desde la familia –que es la base para la formación de toda persona- que tiene una mentalidad más de corte utilitarista, superficial e incluso materialista, hasta los factores y las carencias, dificultades y contrariedades de índole económica que se presentan en las personas a la hora de ingresar a la esfera educativa en nuestro país, pueden presentarse como causas para que se agudice el momento del “abandono” escolar; esto entendido como una crisis que puede derivarse también del propio contexto socio-cultural, y es que, en verdad, al echar un vistazo por las aulas de primaria o secundaria, más aun de las escuelas a nivel medio superior, se comprende que las tendencias juveniles vienen impregnadas de una mentalidad centrada en el relativismo, el reduccionismo por la utilidad de la formación escolar, y añadiría también, de un vasto bagaje de prejuicios que se generan a la hora de recibir las enseñanzas por parte de sus docentes. 

Es necesario que el docente –más no cualquier docente- por vocación esencial, se haga presente de una manera distinta a lo que conocemos en estos ambientes, para que sea generador, propiciador y acompañante de los procesos de alumnos que necesitan el apoyo necesario,  primero para poder entender de manera “adecuada” que ser parte de una formación intelectual, académica, profesional, es para su mayor bien; es para que también él mismo sea formador de otras generaciones, y se cumplan así los objetivos que pretende la educación de plenitud y afirmación del sentido de vida humana.

El docente: dispuesto servidor responsable en pro de los fines de la educación.

     La docencia, desde siempre, se ha caracterizado por ser la encargada de poner a los alumnos en situación de conveniencia para integrar conocimientos y enseñanzas determinados en su tiempo y espacio. La docencia, viene precisamente del vocablo griego “docere” que significa sacar lo mejor de una persona, y esto siempre para su mayor bien.
El papel del docente en nuestro país, hay que decirlo como es y cómo lo ve gran parte de la sociedad mexicana hoy en día: se ve devaluado en su acción e identidad. Gran parte de ello se debe a que algunos docentes protagónicos se ven envueltos en actitudes de indiferencia, de incomprensión frente a los sucesos del país y más aún del mundo; en experiencias incomodas de irresponsabilidad y desinterés por los propios procesos de los alumnos. Y lo que más llama la atención, que ha venido abajo la conciencia de servicio y responsabilidad, que una identidad como docente conlleva. El sentido de la educación ética, se llevará a cabo por docentes que sean expertos la experiencia de disposición al otro: “Debemos poner nuestra experticia a disposición del otro y el otro a su vez se entregará confiado a nuestro saber, a nuestras capacidades y a nuestra buena disposición.”[2]

Mucho se habla sobre competencias y cualidades del docente del siglo XXI en nuestro país, un primer acercamiento, en efecto, nos habla sobre la necesaria preparación intelectual y humana que deben asumir progresivamente los que se preparan y son docentes. La necesidad de integración humana –como base- en el docente, abre muchas puertas para la complejidad sincrética en la que una sociedad como la mexicana, demanda y suplica ser educada.

El docente, además de poseer un gran cúmulo de conocimientos teóricos y que además continuamente se van actualizando según el paso del tiempo, debe integrar en sí, la disposición de “elevar” su dignidad e identidad de “educador” hacia los fines del servicio responsable a los demás.

La escuela como espacio formador de la integralidad de la sociedad mexicana del siglo XXI.

       Finalmente, el docente tiene que recuperar un espacio, que por no llamarlo “perdido” en su totalidad, sí ha sufrido una desvalorización significativa por parte de directivos, padres y por ende de los propios alumnos. Me refiero específicamente a la escuela. La escuela, qué más podría significar que un espacio donde en verdad, el ser humano tiene la oportunidad para seguir desarrollándose, pues, si lo vemos  desde  una óptica muy objetiva y analítica, podría compararse a la flor de donde las abejas recogen el polen que posteriormente trabajan hasta convertirlo en deliciosa miel que emana de sus panales. La realidad es, que, la escuela hoy en día, se ve incluso como algo que – en lenguaje coloquial mexicano- “no vale mucho la pena”, bajo la justificación de la complejidad que implica concluir los ciclos anuales, semestrales, cuatrimestrales, bimensuales, etc. Existe una cierta idea, que como prejuicio, únicamente relaciona la cuestión del estudio con el progreso económico por ejemplo; desde los nuevos modismos como una situación del status quo que determina o califica en sociedad a un individuo por la consecución de distintos y numerados títulos académicos, generando la mayor parte del tiempo, un repudio de parte de las clases sociales con menos posibilidades para acceder a una educación de calidad. Mucho se podría hablar del tema, sin embargo, habremos de acotar el presente ensayo a objetivar una realidad latente en nuestro país.

Dicha realidad denota la incompetencia de una sociedad por lograr un equilibrio en sus diferentes esferas sociales, para vivir en paz, progreso y verdadera justicia.  Me parece que deberíamos de tomar muy en cuenta la siguiente idea de María Nervi que nos plantea en su artículo “Ética, educación y profesión docente” en la cual afirma que la escuela es un espacio para crecer integralmente: “La sociedad del siglo XXI reclama para todos una escolaridad más prolongada y una escuela concebida como el espacio protegido para el ejercicio de la inteligencia y de la capacidad valorativa, integralmente.”[3]





BIBLIOGRAFÍA:

  • -        María Loreto Nervi H., ética, educación y profesión docente, Académica del Centro de Estudios Pedagógicos, Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile, 2003. p. 78
  • -        Mario Luis Fuentes, “El drama de la deserción escolar”, CEIDAS, México, 2014. Consultada: 24/11/2014. Página web: http://mexicosocial.org/index.php/mexico-social-en-excelsior/item/181-el-drama-de-la-deserci%C3%




[1] Cfr. Mario Luis Fuentes, “El drama de la deserción escolar”, CEIDAS, México, 2014. Consultada: 24/11/2014. Página web: http://mexicosocial.org/index.php/mexico-social-en-excelsior/item/181-el-drama-de-la-deserci%C3%B3n-escolar.html
[2] Cfr. María Loreto Nervi H., ética, educación y profesión docente, Académica del Centro de Estudios Pedagógicos, Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile, 2003. p. 78
[3] Ética, educación y profesión docente, op. Cit. p. 80

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